Quienes buscamos con ahínco y asiduidad la Sierra de Córdoba, que muchos califican de incomparable, buscando la paz y tratando de reingresar en la naturaleza, nos echamos literalmente a temblar cuando se anuncia cada año el Rally de Sierra Morena que, aparte de divertir a los amigos de la velocidad, el ruido y las muchedumbres, no solo machaca todo un fin de semana a cientos de personas, sino que deja como rastro de su celebración, para muchos meses, el recorrido y muchos espacios cercanos hechos un asco. Los plásticos, las latas, los tetra, las botellas y demás basuras afearán por largo tiempo, hasta el vómito, no solo los terrenos adjuntos a las vías de competición, sino a las vías de regreso de los espectadores --como la carretera de Medina Azahara-- y otros muchos espacios verdes relativamente distantes del recorrido de los dichosos bólidos (poca dicha nos deparan a quienes no disfrutamos de su velocidad y sí sufrimos los ruidos exagerados de los furioso motores) en los que los espectadores --la mayoría de ellos-- dejan en el campo los residuos de sus comidas y bebidas, como si esa bendita Sierra nuestra fuera un despreciable vertedero. De verdad: los negros que ven pasar desde leves montículos de arena del desierto al Rally París-Dakar, se comportan mejor. Se me podría decir, posiblemente con razón, que no todos los aficionados a los rallys son unos incultos y maleducados, pero a mí la estadística personal de varios años me dice que la mayoría carecen en absoluto de educación ciudadana. Datos del último Rally de Sierra Morena: la parcela de mi chalet tiene su fachada principal a la carretera de Santa María de Trassierra y una lateral, a una calle de la urbanización en que se encuentra. Ni por la carretera ni por la calle pasa la carrera. Pero en las proximidades de mi lugar de descanso llegan a aparcar decenas de automovilistas, buscando sitio al coche propio con la ansiedad y tan en avalancha como los buitres sobre la vaca muerta, dejando, cuando se marchan, kilos y kilos de basura dispersa donde estuvieron sus coches. Ciertamente es disculpable que viendo la carrera en un montículo rodeado de curvas cerradísimas, a los espectadores de los espectaculares derrapes se les caigan de las manos, casi sin conciencia de ello, latas, papeles y plásticos. Como es exigible que terminada la carrera, recobrado el dominio de los nervios, y comportándose civilizadamente, antes de irse del lugar quien tiró algo a tierra lo recoja y lo destine a un contenedor, porque la tierra, la naturaleza, el campo, no pueden contener más basura, y solo los muy puercos y faltos de sensibilidad pueden tirarla así, maltratando la Sierra que da nombre a la prueba. Pero con ser malo lo descrito, que en corta medida los servicios de limpieza de la prueba --suponemos que existen-- tratan de remediar, es peor lo que sucede cuando a cientos de metros de la vía de la prueba los espectadores llegan a sus coches aparcados para regresar a la ciudad. La mayoría de ellos dan la gran lección de ciudadanía a los niños que los acompañan: antes de subirse a los automóviles empiezan a tirar al suelo todo cuanto les queda de latas, envases y plásticos, sin importarles un bledo las casas a cuyas puertas han aparcado ni las calles particulares de la urbanización que han utilizado como aparcamiento. Cuando lo fácil y lo indicado es empaquetar la basura para dejarla en algunos de los muchos contenedores del camino o del barrio de destino, no, estos salvajes de los coches la tiran a sus pies. En las proximidades de mi chalet recogimos el día después un carrillo entero de esta peculiar basura de estos peculiares salvajes.

Y lo peor es que queda para muchos meses. Cientos y cientos de detritus en las cunetas y proximidades no solo de las vías de la prueba sino también de las de acceso y de aparcamiento. Por pura civilidad el Ayuntamiento está obligado a obligar a limpiar o a limpiar por sí mismo. Y si no, que no autorice estas pruebas.

*Abogado y escritor