Los indicadores siguen siendo negativos, pero el clima político ha dado un vuelco total. La sola presencia de Mario Monti, con su aspecto sobrio y un discurso centrado en el sentido de la responsabilidad, sin esconder las graves dificultades por las que atraviesa Italia ni las dolorosas medidas a tomar, ha restablecido la dignidad de un Parlamento embrutecido por la peor politiquería del berlusconismo. Los 556 votos recibidos por Monti frente a los 61 contrarios reflejan el sentido de urgencia y gravedad que se ha apoderado de la política italiana. Las medidas propuestas de ahorro en los gastos del Estado, lucha contra el fraude fiscal y contra las mafias, mayor control del patrimonio o incentivos al trabajo juvenil son todas de sentido común, que no deberían haber requerido la imposición de un Gobierno técnico. Cualquier Ejecutivo mínimamente responsable debería haberlas tomado, pero este no era el caso de Berlusconi. Por ello, queda plenamente justificado el llamamiento de Monti a los políticos para que dispensen un mayor respeto a los ciudadanos.

Monti ha querido dar seguridades sobre la temporalidad de su Gobierno, pero sabe que la casi unanimidad recibida en el voto de confianza puede ser de breve duración. Es cierto que un Gobierno que no ha pasado por las urnas es una anomalía democrática, pero empezar a segarle la hierba bajo los pies como están haciendo sectores mediáticos afines a Berlusconi es una irresponsabilidad.