Llega la hora de la urnas --una hora no temida sino esperanzada--, rebosante de promesas por todos los partidos, aunque las encuestas nos ha dado su veredicto. Llegan los últimos discursos, los últimos eslóganes. Pero llega, sobre todo, la decisión personal, la que cada cual ha de tomar consigo mismo, es decir, siendo mínimamente coherente y honesto, y con los demás, procurando y cooperando al bien común, a los intereses de la comunidad. Acaso nos venga bien una penúltima reflexión, la que hacía en palabras poéticas Octavio Paz, al recibir el Nobel en el 90. Era un año decisivo, acaba de caer la utopía comunista, dejando un reguero de estragos y de muertes, y todo el mundo se rendía al sueño liberal. El escritor, con palabras líricas, criticaba la razón que se ha divinizado, que ha dejado de ser fresca. Y explicaba cómo se alcanza el verdadero progreso, la modernidad. "Perseguimos la modernidad --decía Paz-- y nunca logramos asirla. Se escapa siempre: cada encuentro es una fuga. La abrazamos y al punto se disipa: sólo era un poco de aire. Nos quedamos con las manos vacías. Entonces, las puertas de la percepción se entreabren y aparece el otro tiempo, el verdadero, el que buscamos sin saberlo: el presente, la presencia". ¿Puede un poeta enseñarnos algo sobre cómo salir de la crisis? Vislumbramos algunas pistas, que hemos de subrayar con fuerza: "Cuando se abren las puertas de la percepción", es decir, cuando nos entendemos a nosotros mismos de otro modo y somos capaces de ver "lo que está presente", es cuando surge la innovación: la innovación más decisiva, la que se refiere a nosotros mismos. El futuro está, sin duda, en la innovación, en la renovación --no sólo técnica o política, que está cantada--, sino en nosotros mismos. Gusto por lo nuevo, impulsos de mejora, idealismo y realismo, entrega generosa, provocación a raudales, creatividad.

* Periodista