Las elecciones generales que celebraremos la semana que viene son, en mi opinión, casi irrelevantes para los problemas que tenemos en el momento histórico que vivimos. No sólo porque el resultado está decidido desde hace meses, sino porque la naturaleza de los retos es tal que ni los candidatos son los más adecuados, ni los programas responden nada más que a los síntomas de los problemas. Volvemos a tener candidatos de segunda en cuanto a capacidades de análisis, visión y liderazgo, sucedáneos de los verdaderos líderes de sus formaciones, de la misma forma que nos están vendiendo programas electorales suma, uno, de ambigüedades calculadas de sobremesa en un restaurante, y de concreciones superficiales sacadas de una asamblea de indignados, el otro.

No nos damos cuenta, pero nuestro futuro, la solución a nuestros problemas de financiación, crecimiento, paro, articulación territorial, sanidad o educación no se está jugando en estas elecciones, sino en Europa. Es ahora y en Italia donde nos jugamos nuestro crecimiento económico de los próximos años y con él parte de la solución del problema del paro. Hoy, la solución o no que se le dé a Italia o a la banca europea es más importante para nuestro problema financiero de los próximos meses que el signo del partido que gobierne España a partir de unas semanas. Porque los 800.000 millones de euros que vencen el año que viene a los países de la Unión, o los 126.000 millones que les vencen a los agentes económicos españoles, son más determinantes para las decisiones inmediatas de nuestro futuro gobierno que la ideología que tenga, las siglas que represente o lo que haya prometido en la campaña.

Más aún, si se le diera una solución institucional seria a Europa (como la que ya se está hablando entre Berlín y París) con modificaciones de los Tratados, cargáramos de contenido la presidencia del Consejo y al representante de Asuntos Exteriores, creáramos un superministerio de economía y hiciéramos una armonización fiscal en la zona euro, la cesión de soberanía que esto implica sería tal que los debates institucionales que tenemos carecerían de sentido. La reforma constitucional que tendríamos que hacer haría que el debate autonómico tuviera unos perfiles radicalmente diferentes. La crisis está tensionando tanto las arquitecturas institucionales que nos hemos dado que están aflorando las profundas contradicciones sobre las que las hemos construido. Dicho de otro modo, los europeos no podemos querer salvaguardar intereses nacionales o apostar por autonomía política o independencia regionales y querer ser, al mismo tiempo, interlocutores de China o Estados Unidos en el concierto mundial. Más aún, creo sinceramente que, en este marco, o abandonamos ideologías nacionalistas trasnochadas (tanto regionalistas como españolistas) para ser europeos cosmopolitas (a lo Ulrich Beck) o estamos abocados a un amargo declive y fracaso políticos.

Y de cómo manejemos la situación financiera y económica a nivel europeo y de qué arquitectura institucional nos demos para gobernarnos en el futuro dependerán nuestras políticas sociales, empezando por la educación, la sanidad, la seguridad social o la dependencia. ¿O alguien piensa que no habrá cambios en nuestras políticas sociales, como ya los empieza a haber, si tenemos un superministerio europeo de Hacienda con armonización fiscal? ¿No debiéramos estar debatiendo, por ejemplo, qué contenidos, estrategias didácticas y sistemas organizativos eficientes tendríamos que estar montando para que nuestros hijos vivan y puedan trabajar en un mercado de trabajo europeo en vez de fijarnos en un "y-tú-recortas-más"?

El problema financiero, la política económica, la política exterior, la arquitectura institucional, el debate ideológico, las políticas sociales... todo esto se está jugando en Europa estos meses, no en nuestras elecciones de esta semana. Ante esto, la campaña electoral es, en mi opinión, una manifestación de la superficialidad de nuestra política. Una política en manos de expertos en telegenia.

Quizás, por eso, estas elecciones son poco relevantes para nuestro futuro. Porque lo relevante es quién tenga el poder en Berlín y París y no tanto quién lo tenga en Madrid.

* Profesor de Política Económica. ETEA