No se alarmen, pero la mayoría de artistas cordobeses están preparando las maletas para irse a vivir a otra ciudad. Las escasas galerías que funcionan en Córdoba se plantean seriamente convertirse en un McDonals o dividirse en bonitos trasteros de alquiler y el par de comisarios que han trabajado en la última década están decidiendo hacerse artistas (¡por fin!) y largarse con los primeros a otras ciudades más modernas en las que otros comisarios les traten con acogedora malicia.

¿El motivo? No nos engañemos: a muy poca gente le interesa la cultura, la de verdad, la que te emociona y enriquece- La difícil. Las exposiciones no están abarrotadas, en las lecturas de poemas siempre encuentras sitio, sabemos qué es lo que triunfa comercialmente en el cine y las apuestas teatrales arriesgadas no interesan. Si esto no fuese así no sabríamos de esos personajes horrendos televisivos que convierten la miseria humana en espectáculo, mientras que no conocemos a los creadores de nuestra ciudad.

Esa es la realidad, que la cultura no es fácil, que no es simplemente una bandera; que participar de ella exige un compromiso vital que muy pocas personas están dispuestas o pueden compartir. Nuestra ciudad, por si no lo saben, disfruta de un colectivo contemporáneo creativo sin igual que se dedica a las más diversas disciplinas, entre las que destacan especialmente los que se desarrollan en los ámbitos de la poesía y de las manifestaciones plásticas más variadas.

Que no les quepa duda de que el mayor patrimonio cultural que tiene Córdoba en la actualidad son sus artistas contemporáneos. Los hay de todos los colores y manifestaciones, así que no tienen excusas. Son artistas que no han claudicado, pertenecientes a diversas generaciones, a infinitos estilos plásticos. Un colectivo que lleva décadas trabajando valientemente en unas condiciones muy adversas: politización del apoyo institucional, impago de proyectos (en las milagrosas ocasiones en las que éste existe), escasez de espacios expositivos, nulo circuito comercial, ausencia de coleccionistas, etcétera.

Todos estos son aspectos que no tendrían mayor importancia si hoy en día alguien pudiese trabajar como tradicionalmente se ha denominado "por amor al arte". Sí, es una especie de secreto global impuesto que los artistas también tienen hijos que alimentar e hipotecas que pagar; que en muchas ocasiones es aún peor y deben producir su obra personal a costa de su propio dinero, con el de sus hijos. Imaginen semejante barbaridad en cualquier otro ámbito profesional ¿un médico pagando para poder ejercer la medicina? ¿pedirle a un fontanero que te arregle la tubería gratis porque así coge experiencia y le van conociendo? Sería impensable. La dignidad hacia el trabajo del artista ha brillado históricamente por su ausencia.

En estas duras condiciones surgió hace una década la ilusión, el generoso y masivo apoyo ciudadano a nuestra actividad y el espejismo de que esta vez sí, que nos tocaba dar el último salto que posibilitaría a la ciudad estar al nivel de sus artistas. Esperábamos un macroproyecto para 2016 que --aún sin contar con ninguno de nosotros y guiñando al turismo cultural-- oxigenaría la creación contemporánea obligando a las instituciones a apostar realmente por el colectivo creador. Un ensueño cruel que se cebó con la ilusión de todos.

Pero incluso en estos tiempos, y a pesar de todo, la ciudadanía quiere cultura. Quiere sobre todo dignidad en las apuestas políticas, desea coherencia y un compromiso real con las aspiraciones ciudadanas. Lo que dejó el proyecto de Córdoba Capital Cultural 2016 en la ciudad es que debe existir una responsabilidad política con los ciudadanos y con los artistas actuales.

Por ello, lamentamos el que parece inminente cierre de la Fundación Córdoba Ciudad Cultural. Afortunadamente, algunas propuestas ciudadanas como la Iniciativa Ciudadana por la Cultura en Córdoba están promoviendo exigir una respuesta pública a la situación. Ignorar el potencial cultural de Córdoba será condenarla de nuevo al pasado, y con nosotros, arrastrar el futuro de todos los cordobeses. La cultura es un fascinante motor y en EQUO creemos que la actividad cultural es uno de los motores fundamentales de una alternativa económica limpia, digna, ligada a la creación de empleo y a un modelo de producción sostenible por el que apostamos claramente.

* Artista, profesora de la Facultad de BBAA (Universidad de Sevilla) y coportavoz de Equo