La historia de la Iglesia está llena de ascetas y venerables, beatos y santos que, sin embargo, durante algún tiempo en sus vidas fueron también unos grandes pecadores de acuerdo con los códigos morales de la época, tal y como podría ser el caso del ahora beato monseñor Juan de Palafox y Mendoza (Fitero, 24 de junio de 1600- El Burgo de Osma,1 de octubre de 1659), quien afirmara de sí mismo en algunos de sus ya célebres escritos que, durante años, él se había dado a "todo género de vicios, de entretenimientos y desenfrenamiento de pasiones". Una situación que, afortunadamente para él y para la Iglesia romana también, cambió a partir de 1628, a raíz de la grave enfermedad de su hermana Lucrecia y del fallecimiento de otros grandes personajes de la época que le tocara vivir, ya que en la primavera siguiente sería ordenado sacerdote y, tras haber estudiado en Alcalá de Henares y en Salamanca, obtendría en Sigüenza los grados de licenciado y doctor, diez años después también sería consagrado en Madrid, a propuesta del rey, como obispo de Tlaxcala, antes de embarcarse para América, donde vivió otros nueve años en México como un personaje de lo más poliédrico que podamos imaginar, gran reformador, asceta y pastor incansable en Puebla de los Angeles, donde destacaría no solo por el cuidado de su rebaño, sino fundamentalmente por haber sido ante todo un notable reformador de cenobios de ambos sexos y, sobre todo, como defensor de los indios. Pensador político muy fecundo, mecenas de las artes más variadas, llegó a tener también una enorme biblioteca con varios miles de volúmenes y, cómo no, fue un notable virrey en funciones durante varios meses, al ocuparse por mandato del rey de la administración de la Nueva España, o como miembro del Consejo de Indias, entre los años 1633 y 1653, desde donde hubo de lidiar con esmero y suma prudencia con asuntos de no poca dificultad, para lo que sin duda alguna le serviría su anterior experiencia en la propia gobernación familiar del marquesado de Ariza, encargada por su padre don Jaime, y donde ya demostró su buen hacer y extraordinaria valía para el gobierno de un territorio, al igual que cuando acudiera, muerto ya su progenitor, como diputado de nobles, a las Cortes de Monzón, convocadas por Felipe IV y para ser descubierto en ellas por el conde- duque de Olivares, quien, al ver sus muchas capacidades y dotes, le propondría para la fiscalía, en Madrid, del Consejo de Guerra.

Durante los años de su pontificado, en Puebla de los Angeles, visitó hasta el último rincón de la diócesis, al igual que haría más tarde también en España, ocupándose no solo en ambas diócesis de sus sacerdotes y fieles, sino dando a conocer en ellas sus propuestas y enseñanzas con un sinfín de cartas pastorales y escritos, hoy recogidos todos en una quincena de volúmenes, o bien volcándose en las tareas educativas y culturales de lo más diverso.

A su regreso desde el virreinato de Nueva España, sería nombrado obispo de El Burgo de Osma, donde, tras su experiencia mexicana, elevaría igualmente el nivel espiritual de la diócesis castellana, viviendo como ya hiciera allende los mares al servicio de la más estricta justicia y, cómo no, de los más desfavorecidos, ya que, a su fallecimiento, producido en el primer día de octubre de 1659, recibiría una sepultura de limosna "por constar la pobreza con que había muerto", apenas restándole nada que pudiera legar a sus deudos más cercanos. Murió, pues, con fama de santo y de buen legislador en su querida diócesis de Osma y buena prueba de ello es que, casi inmediatamente a su óbito, se procedería a la solicitud para que se le abriera el proceso canónico por parte de la Santa Sede para que lo nombraran venerable, primero en El Burgo de Osma, en 1666, y cuatro lustros y medio más tarde en su tierra mexicana de Puebla de los Angeles. Hoy, por parte de la Iglesia, se ha dado un paso más para elevar a los altares a un preclaro y fidelísimo hijo suyo, y hace bien en recordarnos a quien fuera un célebre hombre durante la mal llamada crisis del Seiscientos . Tras el decreto episcopal de exhumación de los restos durante el pasado mes de mayo, alguna de cuyas reliquias fueron depositadas en el marmóreo y nuevo altar existente en la sacristía mayor de la seo burguense, donde el pasado día 5 de junio, entre lo más granado de las autoridades cívico-religiosas de nuestro país y ante una multitud ingente de fieles, se procedía a la lectura pública de que se inscribía a quien fuera obispo de la diócesis en el libro de beatos. Su fiesta litúrgica para quien como bien dijera el cardenal Angelo Amato en su homilía supiera extirpar el mal y plantar lo que es "santo y bueno", a partir de ahora, tendrá lugar el día 6 de octubre de cada año, por lo que, como creyente e hijo que soy de la Iglesia, también me congratulo.

* Catedrático