Dice un buen amigo mío, catedrático de Arquitectura de la Facultad de Sevilla, que el mejor alcalde es un urbanista. La historia así nos lo dice. La más reciente, con los Cruz-Conde y la más antigua, en el diseño de lo que hoy llamamos Casco Antiguo, con los barrios de la Axerquía o de la Judería, de épocas pasadas.

En Córdoba, a diferencia de otras ciudades, sus barrios más emblemáticos son conocidos o reciben el nombre por la iglesia que en ellos se encuentra. Este hecho es muy singular y característico, de tal modo que nos encontramos los barrios de San Agustín, San Andrés, San Pedro, San Lorenzo, Santa Marina o Santiago y los hemos hecho barrios de Córdoba. Las grandes avenidas, las zonas ajardinadas y los grandes proyectos urbanísticos en el inicio de la segunda mitad del siglo XX quedan hoy en un segundo plano. Córdoba en los años 50 y 60 fue motor del desarrollo en España para muchas cosas. Y eso se lo debemos a buenos alcaldes como los citados.

Sin embargo, hoy, cuando agotamos la primera década del siglo XXI, observamos con verdadero pavor que esta Córdoba no la conoce... ¡ni la madre que la parió!

Si mañana sobrevoláramos la ciudad podríamos afirmar que Córdoba ha adquirido en estos diez últimos años un tono gris rata de alcantarilla debido, sobre todo, al tratamiento en sus calles del imprescindible granito "rosa porriño" que, además, se aplica en bruto.

Ello ha provocado varios efectos que todos los cordobeses padecemos: uno de ellos, que este granito se mancha con la vista. Baste como ejemplo la recién arreglada calle Alfonso XIII o el eje Tendillas-Mezquita.

Otro, una considerable subida de las temperaturas, en una capital, como la nuestra, que roza sin esfuerzo los 45º o más, en la época estival más dura. Baste añadir que el granito es refractario y acumula el calor del día hasta altas horas de la madrugada.

Pero eso no lo es todo. El descontrol en los elementos urbanos utilizados en estos diez años, donde mezclamos farolas de muy distintos estilos y formas, en zonas limítrofes e idénticas o bancos de madera o de hierro sin equilibrio ni estética alguna. Qué decir de nuestros puentes. El de Miraflores, que es puente o pasarela, con varias reparaciones a sus espaldas, con tan sólo siete años de existencia. O el desaparecido Puente Romano, también llamado "El Crimen de Cuenca", donde la innovación unida al mal gusto han dado al traste con el poco o mucho recuerdo de nuestro vetusto Puente. Tal vez el arquitecto que lo reformó quiso dejarlo más nuevo que el otro cercano puente llamado de San Rafael o Puente Nuevo, que, por cierto, ya cumplió sus primeros 50 años.

La falta de criterio ornamental en cuanto a arboleda se refiere se refleja en que Córdoba no ha seguido creciendo en su plantación de naranjos, cipreses o palmeras, como árboles ornamentales por excelencia de esta ciudad. El juego que estos árboles y su excelente combinación han dado a la historia de la floresta cordobesa les han hecho ganarse la categoría de ser elementos naturales de la ciudad por derecho propio y una clara e inequívoca seña de identidad. La sombra, en definitiva, el frescor de la arboleda y su aroma inconfundibles son hoy, más que nunca, necesarios en la ciudad. No solo como embellecimiento del entorno sino como generador del micro clima que proporcionan.

Volvamos pues a la cordura urbanística. Sigamos soterrando contenedores sobre todo en el Casco Histórico y centro de la ciudad. Diseñemos y reformemos nuestras calles y plazas, no rompiendo ni agrediendo a nuestra tradición y estilo singular y sí incorporando aquellos elementos de mejora que eviten fealdad y mala imagen. Arreglar la calle Alfonso XIII para dejar más de diez contenedores en superficie no me parece nada acertado, como tampoco decorar la calle con árboles de diferente procedencia y familia, unos en alcorques y otros en maceteros, que ya están llenos de colillas. Arreglo de calle que no ha tocado ninguna farola, pudiendo haberse renovado todas, dado el alcance de las obras.

Ya me habría gustado que la nueva calle Cruz Conde se pareciera en algo en su peatonalización a la calle Larios de Málaga, cuya controversia y disputas en su día la han convertido hoy en el referente de la ciudad y el espejo donde todo el mundo quiere mirarse. Me temo que aunque lo advertimos, el granito, como siempre, aparecerá impertérrito tanto en la calzada y aceras, como ya se puede observar.

Termino apelando a un cambio de estilo que, por fin, combine el gusto con el gasto, porque se puede, y en estos tiempos que corren más aún, se debe gastar menos con más gusto. Apelo también a que la Capitalidad Cultural de Córdoba en el 2016 nos saque de este atropello a los sentidos. A lo mejor, y es lo que todos esperamos y deseamos, eso surge desde otra manera de gobernar.

* Concejal del Grupo Popular del Ayuntamiento de Córdoba