Aquella mañana de sábado, sin viajes subvencionados ni autocares del partido de turno, casi 200 personas habían acudido desde los distintos rincones de la geografía andaluza al III Encuentro Andaluz de Barrios Ignorados. No concurrían a la llamada de ningún líder mediático, ni tampoco quienes llenaban el salón de actos eran funcionarios o técnicos en jornada laboral enviados por su jefe de área, ni siquiera la organización había incluido de cortesía un café con pastas. Hasta el almuerzo lo pagaron los asistentes en un modesto bar de la zona, a pesar de que muchos de ellos estaban en el paro laboral.

No tenían títulos ni un largo currículum académico. Ni el punto de encuentro era un céntrico hotel ni un decorado teatro, sino un barrio aislado entre la autovía y el río. No había azafatas, ni hubo muchos flashes, y todos los representantes de las distintas administraciones habían justificado su ausencia por problemas de agenda, o quizás porque había que justificar a una coordinadora que se autodenomina de barrios ignorados, de ciudadanos ignorados. No importó, los ciudadanos acudieron motivados por la esperanza de cambiar su entorno, y su futuro. Julio Rodríguez Maldonado realizó el diagnóstico de qué nos pasa, e insistió en que el deterioro de los barrios es el deterioro de la persona, su falta de autoestima, víctimas de su fractura familiar, social, personal y educativa que exige medidas integrales y permanentes, desde abajo hacia arriba y no al revés. Denunciaron la desidia, el individualismo, la indiferencia de muchos, la falta de voluntades políticas, las soluciones aisladas o maquilladas, la burocratización y el clientelismo de muchas entidades que se convierten en subcontratas de las administraciones. Ciudadanos que se niegan a ser tratados como usuarios o beneficiarios de programas sociales, que exigen su protagonismo como actores de su presente y dueños de su futuro pidiendo igualdad de oportunidades y el cumplimiento de la legislación vigente como el artículo 9 de la nuestra Constitución. Reivindicando el recurso a una movilización contínua y a la educación como el arma más potente de transformación social. Una educación en una escuela abierta, integral, flexible, participada. Un plan educativo para salir de la exclusión como pidió Alfonso Alcalde Maestre, desde el Polígono Sur de Sevilla.

Sin duda un ejemplo de vergüenza, de dignidad y decencia, de fortaleza. Y también de lucha y esperanza en la capacidad del ser humano de superar las peores adversidades con coraje y tenacidad, con implicación y compromiso.

* Abogado