Los árabes incorporaron el cero. Sabemos igualmente que la importancia de ese dígito también la da su ubicación. Las connotaciones peyorativas del cero a la izquierda tienen un fundamento matemático más ligadas a la eficiencia y a la simplicidad que a la humillación, ya pese más esto último en la jerga popular. Con todo, ocurre en ocasiones que los ceros a la derecha se trufan de futilidad.

Dicen los cronistas que fueron diez mil personas las que se congregaron en el Puente Romano para apoyar la capitalidad. Diez mil, como si emulásemos sobre los tajamares del Guadalquivir la Anábasis de Jenofonte. Sin embargo, apenas dos días después del celebrado refuerzo a nuestras aspiraciones cayeron dos ceros, y la pérdida de relevancia del cociente desde luego no fue proporcional. Tuvo que ser uno de los días más difíciles en la que, hasta hace un santiamén, era formalmente la caja cordobesa. Ingrato y en esos momentos maldito papel de ángel exterminador, el que tuvieron que ejercer los que se comieron el marrón de comunicar las bajas a los compañeros elegidos. Seguramente, los que se han encargado de elaborar ese laboral reverso de la lista de Schindler solo gestionaron lo irremediable. Y mientras tanto, se ponían de perfil los que con sus decisiones, con sus omisiones, y también con su seguidismo, bizcocharon este trance.

Las formas son importantes. En esta nerviosa indignación, faltó confabular el sarcasmo de entregar la campanita del lazareto a los cesados. Pero ni todos los eufemismos del mundo hubieran recompuesto estos auténticos dramas familiares. Lo peor de este mazazo es que hay que partir de cero. Y en el caso de una ciudad con tan altísimos índices de desempleo, tanto a la izquierda como a la derecha, de muchos ceros.

* Abogado