La revolución en los países árabes no se detiene pese a la represión y las promesas de apertura que están siendo anunciadas por varios dirigentes. La población de los países del norte de Africa y de Oriente Próximo, formada en su gran mayoría por jóvenes, ha perdido el miedo y no dan muestras de retroceder en sus aspiraciones. El éxito de las revueltas de Túnez y Egipto alientan, con mayor o peor fortuna, las de los demás países.

En el caso de Yemen, el presidente Saleh negocia su salida. Siria, donde históricamente la represión ha sido de una gran dureza, es el último país que se ha incorporado al proceso de cambio, proceso que ya ha costado varias decenas de muertos. La revolución ha alcanzado un punto que difícilmente tendrá marcha atrás. Esto no quiere decir que la democratización del mundo árabe vaya a ser rápida o que no encuentre numerosos tropiezos por el camino.

LA DURACION DE LOS CAMBIOS

En todos los grandes cambios históricos, y este lo es, el tiempo no se mide en semanas o meses. Se mide en años e incluso décadas. Habrá quien traicionará el espíritu que ha impulsado la revuelta y quien se sentirá traicionado por la lentitud del proceso o por considerar que sus protagonistas no son los mejores o los más adecuados. Hay que contar con ello. La revolución la harán los árabes, pero su éxito depende no solo de ellos. Depende también de elementos externos que pueden alterar el resultado, ya que no puede hablarse de homogeneidad. Con la ola de revueltas desencadenadas en el mundo árabe, Estados Unidos ha tenido que sortear la cuestión del doble rasero en sus relaciones internacionales. Ayer, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, defendió en una entrevista que la política exterior estadounidense no tiene una doble moral, después de su participación en la crisis de Libia. Lo cierto es que en Bahrein, Arabia Saudí y Yemen los intereses de Estados Unidos son enormes en petróleo y en defensa geoestratégica. Por el contrario, quienes mayores intereses tienen en Libia son los países europeos. Sin embargo, ha sido necesario recurrir a una opción bélica para la salvaguarda de la población civil en aquel país que no podría haberse llevado a cabo sin los recursos militares y logísticos de una potencia como Estados Unidos.

La teocracia que rige Irán, donde se vivieron protestas violentamente reprimidas después de las elecciones del pasado año, también es otro factor, y no menor. Su capacidad de interferir en Bahrein --donde, pese a ser minoría, los chiís ocupan el poder--, y en Siria --país aliado-- es grande. Y en este complicado tablero, la Unión Europea no puede permitirse mantener la desunión ni defraudar las expectativas de quienes arriesgan su vida al otro lado del Mediterráneo.