Seguro que cada cual conserva, en el cajón de las emociones que guardamos, una escena en la que están esos ojos que te tragan, te conturban y te fascinan.

Habrá, seguro, evocaciones tiernas, aquellas de lágrima fácil, con caballos, junto a Mickey Rooney; o con perros, como la fiel Lassie; o con padres sentimentales, como Spencer Tracy, en una película que a mí siempre me ha hecho llorar de forma descomunal.

Habrá, por supuesto, quien hablará de la gata La gata sobre el tejado de zinc ) que intenta despertar los instintos de Paul Newman con una ropa interior blanca y ajustada que es una de las cumbres del imaginario erótico del siglo XX.

Y, sin abandonar la sensualidad, los habrá que se pararán en el escote de la subyugante Cleopatra, aquella película de 1963 sobre la faraona egipcia.

Todo ello sin dejar de pensar en los ojos, vértigo de color de los remolinos.

Pero, puesto que hablamos de Egipto, yo me quedo con ¿Quién teme a Virginia Woolf? , en la que no salía ninguna pirámide, pero sí quien hacía de Marco Antonio, sometidos los dos al alcohol y a las palabras que hieren como espadas.

Esta es mi Liz Taylor, en la película donde ama al robusto, a veces discreto, siempre arrebatado Richard Burton, vestido con un jersey gris de escritor gris.

Se aman y se arrastran, se maltratan y se besan.

Siempre en exceso.

Después de todo lo que vivieron, cuando ella volvía del entierro del actor, encontró en su casa una carta en la que Richard Burton le pedía estar juntos de nuevo.

La conservó hasta ayer, día de su muerte.

*Periodista