La verdad es que a nuestros candidatos políticos a la Alcaldía de esta ciudad no les arriendo la ganancia. Casi todos ellos, políticos experimentados y forjados a macha martillo en una democracia como la española, que por joven, aún no ha calado en ese estrato de la tradición popular donde lo que se cuestiona es lo que no sirve a la dignidad humana tras la prueba empírica de dos o tres generaciones, se encuentran con un enemigo añadido: el descrédito de la clase política abigarrado con la galopante crisis económica. Con este decorado, llamado a ser la primavera de las esperanzas y las ilusiones electorales y ahora mutado más bien es una especie de réquiem de Mozart al entusiasmo democrático, nuestros candidatos peregrinan a los santuarios de votos con más miedo que vergüenza, y entre miradas ciudadanas sarcásticas o aviesas e indiferentes. Y es precisamente a esta indiferencia, hacia uno u otro partido a la que temen los alcaldables y sus grupos. Una indiferencia cuyo paroxismo alcance el día de las elecciones. La formula magistral contra ésta ellos y nosotros bien la conocemos: obras son amores y no buenas razones. Pero la realidad ha sobrepasado la ficción, o mejor esa línea en la que la anécdota pasa a ser vicio. Y las obras no son ni siquiera buena razones, sino lo dicho: descrédito de la clase política abigarrado con la galopante crisis económica, por lo que puede darse la paradoja de algunos candidatos puedan sentirse víctimas no sólo de esta situación, sino de su propio partido. Tal vez, en nuestra democracia haya llegado la hora de votar a la persona y de que ésta, incluso por encima de su propio partido empeñe su moral y su conciencia en no defraudar la confianza y el compromiso que adquirió con sus votantes. De esta forma ni los candidatos legítimos ni el electorado sufriríamos de todo lo contratrio: estrés político.

*Publicista