En la muy cervantina novela Rinconete y Cortadillo, parte de cuyo avatar discurre en Sevilla, queda descrito el denominado patio de Monipodio, espacio pequeño, ladrillado "que de puro limpio parecía que vertía carmín de lo más fino", sede de la cofradía de ladrones y tunantes, donde el citado jefe de la hampesca mafia hispalense asentaba sus reales posaderas, hosco el hombre, tan esperado como bien visto de toda aquella virtuosa compaña, de edad sobre 45 o algo más años, alto, rostro moreno, cejijunto y ojos hundidos, de oscura y densa barba, cuando don Rincón y don Cortado le vieron, llevando camisa descubierta por cuya delantera abertura se descubría un bosque de tanto vello que le crecía en el pecho. Una capa de bayeta le tapaba casi hasta los pies de donde asomaban unos zapatos enchancletados que ocultaban inquilinos descomunales y juanetudos al término de unos zaragüelles de lienzo, anchos y largos hasta los tobillos; calándose el sombrero propio de rufián, campanudo de copa y tendido de falda; tahalí por espalda de donde colgaba una especie de machete; manos cortas y pelosas, dedos gordos y uñas hembras y remachadas. Representaba el más rústico y disforme bárbaro del mundo.

Cuando Cortadillo, interrogado acerca de si conocía más formas de robar que "la treta de mete dos y saca cinco", respondía que "no, por mis grandes pecados", Monipodio replicó: "No os aflijáis, hijo, que a puerto y escuela habéis llegado donde ni os anegaréis, ni dejaréis de salir muy bien aprovechado en todo aquello que más os conviniere".

* Ingeniero agrónomo licenciado en Derecho