No somos racionales. La opinión pública, que en los países democráticos determina lo que hace el poder político, no es, desde luego, racional. Y dudo que mejoremos. Así le va al mundo.

En la desgracia que está viviendo Japón estos días, que coincide con otras, las noticias que hemos ido teniendo y las reacciones y debates que hemos generado ponen de manifiesto un fenómeno que conocíamos, y que las nuevas tecnologías de la información solo amplifican y no resuelven: la manipulación de la opinión pública. Una manipulación que empieza por la selección de los hechos; continúa con el sesgo que le dan los medios; sigue con la distorsión que políticos y opinantes (yo entre ellos) introducimos; y termina con el debate y generación de opinión en una población pasiva con escaso conocimiento de lo que se está hablando, pero que se siente en la obligación de ponerse a favor o en contra según quién dice qué y cómo se está diciendo, no de qué se dice, reaccionando rápida e histéricamente.

Hubo una época en la que pensamos que, con la llegada de internet y la era de la información abundante, la manipulación que generaban los medios tenía los días contados. Nos equivocamos. Porque más información y más rápida no es sinónimo de buena información o de información útil. Peor aún, la avidez por la novedad que se ha instalado en la opinión pública solo nos está llevando a la perplejidad y a la inacción porque lo nuevo se queda obsoleto inmediatamente. Se olvidan rápidamente los problemas y los procesos complejos que no están permanentemente en los medios. El dato en tiempo exacto está sustituyendo al análisis, lo concreto impide ver lo general, lo actual oculta lo dinámico. Solo tenemos información de aquí y ahora, no sabemos de dónde viene ni por qué. Y sin causas, no hay conocimiento y sin conocimiento, la información no tiene sentido, significado.

El terremoto de Chile o de China del pasado año o el de Haití son ya, a tenor de lo que la realidad reflejada y percibida en los medios, historias resueltas. Hoy Japón y su inmensa desgracia es la que ocupa las portadas de los medios, la que abre todos los telediarios. Como si no quedaran cicatrices en los dos terremotos y no supurara aún, sangrante y putrefacta, la herida de Haití. Y lo mismo ocurre con los conflictos armados. Palestina, Chechenia, Darfur, los Grandes Lagos, Costa de Marfil, la guerra colombiana o la del narcotráfico en México, hasta Afganistán ha pasado a mejor vida informativa. Peor aún, a la masacre que Gadafi y sus mercenarios está haciendo con su población civil solo le dedicamos la atención de unos días- porque fue la causa de la subida en el mercado del petróleo. Olvidamos con excesiva facilidad, sustituimos la realidad con excesiva rapidez. Y así es imposible no solo que comprendamos nada, sino que resolvamos nada. Por eso, la siguiente actualidad de Libia, será, justo después de la autorización de intervención de la ONU, la victoria de Gadafi.

Más aún, y lo acaecido en Japón es paradigmático, nos hemos vuelto adolescentes histéricos. Le hemos dedicado más atención al peligro nuclear que al maremoto. El maremoto ha causado más de 10.000 muertos, mientras que el desastre nuclear, en el peor de los casos, no ha producido más de unos centenares. La manipulación ha generado tal histeria (en parte por culpa de la señora Merkel) que se ha mandado revisar la seguridad en las centrales nucleares, mientras que nadie ha pensado en hacerlo con las miles de construcciones que tenemos pegadas a las costas. Porque esto hubiera sido racional ya que si se produjese un maremoto que afectara a Vandellós, por ejemplo, ¿no causaría miles de muertos en la Manga del Mar Menor, Benidorm o Castellón? Lo siento, pero no solo no maduramos, sino que estamos en una regresión social hacia la adolescencia más inmadura. Algo que ya Walter Lippmann vaticinó hace un siglo.

* Profesor de Política Económica. ETEA