Con reiteración en los actuales tiempos de crisis económica se comenta que en pocos años seremos --o serán-- mayoría quienes contemos con más de sesenta y cinco años de edad. Seremos más los que miremos desde los bancos del bulevar cómo otros abren la zanja para la canalización de una nueva fibra o sencillamente para cerrarla otra vez.

Es muy probable que quien maneja la maldita máquina trepanadora, al observar de soslayo los arrugados rostros de los espectadores, piense que somos muchos los que vamos sobrando y que la tranquilidad de los viejos la costea el músculo joven que trabaja. Cuando precisamente los trabajos e iniciativas pasados de los hoy ancianos son los que han hecho posible que el joven trabajador tuviera una escuela en su niñez y tenga ahora un coche, un piso y un televisor, sin que las ingratas apariciones televisivas de la rubia de la nariz en escalera y de sobacos sudados a lo Camacho sean culpa exclusiva de los viejos de ayer; más culpables son los tontos de hoy.

Descartados los sangrientos, los dos actos más estúpidamente repugnantes en que puede incurrir el hombre --y la mujer, la sobrina de Don Quijote, por ejemplo-- son la quema de banderas y de libros. Como quiero creer en una última justicia escondida, aventuro que miles de clérigos encolerizados que mandaron quemar libros por pecados de pensamientos de amor o por poner en duda lo evidentemente dudoso arderán en las llamas sobre las que tanto nos alertaron.

Novela de culto en los años cincuenta fue Fahrenheit 451 . Su protagonista Goy Montag forma parte del cuerpo de bomberos que tiene la misión de quemar libros, ya que según el gobierno leer impide ser felices. Parafraseando a Unamuno diría que quien tiene la afición de leer puede caer en la funesta manía del pensar.

En la misma línea, de prevención frente a la cultura, la novela escrita por Orwell en 1948, bajo el título 1984 retrata una sociedad donde todos acatan la adoración y la obediencia al Gran Hermano. Todos, que han de evitar toda idea propia, están vigilados en sus propias casas, y los aparentes opositores al régimen inquisitorial son sus vigilantes y denunciadores. Vamos, como en la España de la Inquisición y en otras Españas más recientes.

El músico franco-estadounidense Lorin Maazel, que en poco menos de seis años ha elevado la orquesta de la Comunidad de Valencia a primer nivel mundial, solo ha compuesto en su vida una ópera, esta 1984 , basándose en la novela y ayudado por un famoso poeta y otros no menos famosos libretistas de musicales anglosajones; la ópera se estrenó en el Royal Opera House Covent Garden de Londres en 2005, y ha tenido una reciente reposición valenciana.

Pues bien la magnífica escenificación recientemente habida ha hecho creerse al asistente en Valencia a no menos altura que la celestial en que levita el asistente al festival Wagner de Bayreuth, a las mejores representaciones en la Opera de Viena, al Parsifal un viernes santo en la gran Opera de Berlín... Esta magnífica escenificación ha sido con la que el autor, Lorin Maazel, que dirigió la orquesta con un acierto y energías realmente jóvenes, ha querido colgar la batuta, en su despedida de Valencia, el día que cumplía precisamente ochenta y un años de edad.

Naturalmente tratándose como se trata de una ópera muy alejada de las dulzura de tantas otras --en las que hasta la muerte de una tuberculosa puede ser endulzada-- y siendo muy necesaria una buena dosis de independencia de criterio en el espectador (la invencible por el "Gran Hermano"), aunque el éxito fue abrumador no escasearon los que murmuraban corriendo hacia la salida contra el despilfarro que se hace con obras de extranjeros. Por cierto que a tales murmuradores, seguidos después por las pirañitas de Internet, habría que decirles que Maazel no es más extranjero que Puccini, Donizetti, Verdi... aunque ha hecho un trabajo tan español como hacer una orquesta española de primer nivel mundial en poco más de un quinquenio. El joven octogenario anuncia que volverá a Valencia cuando su apretada agenda de Munich se lo permita. Quienes creemos en valiosos octogenarios y tratamos de no ser inútiles longevos le esperaremos.

*Abogado y escritor