Hasta el final mismo de la historia humana es muy probable que se esté debatiendo su utilidad como fuente de conocimiento y experiencia. Los antiguos creían firmemente en su valor educativo y poder de adoctrinamiento; los modernos, con algún que otro sensible altibajo, lo siguieron pensando; y los contemporáneos, con oscilaciones aún más pronunciadas, continúan haciéndolo...

En estos días, periodistas y políticos occidentales, a propósito del cambio eruptivo de los países árabes, hablan de una mudanza sustancial del persistente antinorteamericanismo de su opinión pública. El tiempo sentenciará. De conformarse el vaticinio con la realidad, la guerra de Afganistán experimentará un vuelco llamativo, con resultados difíciles hoy de imaginar. ¿Habrá una paz sin vencidos ni vencedores? ¿Se impondrá un talibanismo más o menos aguado? ¿La "Paz americana" escribirá allá uno de sus últimos capítulos? Sin duda, en esta segunda década del siglo XXI se despejará definitivamente la incógnita.

Entretanto, un repaso a los anales del laberíntico territorio y sus indómitos habitantes será siempre tan aleccionador como curioso. Inmersos en tan excitante faena, quizá ninguna otra de sus páginas sea de tan enriquecedora lectura desde el promontorio de la actualidad que la escrita tan desventuradamente por las tropas inglesas, a las órdenes del general Sir William G. K. Elphinstone, en el muy inclemente invierno de 1842. En el transcurso de la denominada primera guerra civil afgana, los cerca de veinte mil hombres mandados por el citado jefe no lograron imponer como rey a su candidato, protegido a su vez por rusos y persas, en un damero diplomático y político a prueba de fintas, escaramuzas y rivalidades sin cuento. El 6 de enero del mencionado año de 1842, el "Ejército del Indo" --16.500 hombres entre soldados y acompañantes civiles-- abandonó Kabul. Pasada una semana, el único superviviente de la implacable y meticulosa matanza llevada a cabo por las tropas de Akbar Khan, el cirujano W. Brydon, alcanzó los arrabales de Jalalabad. La hecatombe impactó a la Inglaterra de los inicios del largo reinado victoriano. El "honor" británico no tardó en ser restituido. El 1 de octubre del mismo año, una vez cuidadosamente incendiado el bimilenario Gran Bazar de Kabul y muertos sañudamente todos los guerreros afganos caídos en poder de las unidades coloniales --en las que los hindúes formaban, por supuesto, un elevado contingente--, sus efectivos retornaron a sus bases de partida en la India.

Al invadir en 1941 la Rusia stalinista es bien sabido cómo Hitler olvidó las enseñanzas derivadas del fracaso napoleónico de 1812. De las decisivas y cruciales cara al triunfo brigadas de caballería a las compañías motorizadas de un siglo y medio posterior existía sin duda una gran distancia en el plano del armamento y la estrategia. Pero, ¿no latía el mismo espíritu patriótico en la numantina resistencia encontrada por uno y otro déspota?

Casi doscientos años más tarde de la fracasada expedición del general Elphinstone, ¿ha variado mucho la mentalidad de un pueblo arriscado y fanático? Para dilucidarlo, los libros de historia proveen de abundante material.

*Catedrático