Decididamente debe ser por la vena estoica de los cordobeses --que los convierte en clásicos--, si no no se entendería. Porque no tiene sentido alguno --ni sensibilidad política ni de grandes mecenas empresariales-- que la institución cultural de mayor calado de la ciudad, la Real Academia, que ahora cumple doscientos años, no tenga su sede en condiciones de habitabilidad por falta de recursos. Y eso que fue antiguo Ayuntamiento. A la calle Ambrosio de Morales (o del Cabildo Viejo), ese espacio estrecho donde la nobleza de la Córdoba del siglo XIX construyó su belleza en vertical junto al Teatro Cómico, la Fonda Rizzi, la sede de El Defensor de Córdoba o el Cafe Suizo y el siglo XX instaló la Fundación Gala, el Centro Filarmónico, la sombrerería Rusi, la sede del Partido Comunista y, al lado, el Bocadi , le falta desde hace un tiempo ese sabor a sabiduría que dejaba escapar por sus puertas la Real Academia, los jueves sobre todo. Mientras, como institución cordobesa que es, la Academia ha vuelto su mirada a los clásicos y ha comenzado a filosofar. Podría haber tomado por la calle del escepticismo pero, acorde con los tiempos, se ha vuelto ecologista y ha adoptado la doctrina de aquel Aristóteles peripatético que enseñaba paseando (aprender haciendo gimnasia). La Real Academia ha hecho virtud de su necesidad y cada jueves está convirtiendo en nobles recintos del saber aquellos edificios que utiliza prestados para sus sesiones. Ha estado en Filosofía y Letras, en el Círculo de la Amistad, en el antiguo Rectorado de la Universidad y, ayer, en la recién inaugurada sede de la Asociación de la Prensa. La escuela peripatética de Aristóteles tiene sus raíces en palabras como ambulante, itinerante o paseante. La actual filosofía (obligada) de la Real Academia de Córdoba.