Carnaval, carnelevarium (¡qué trabalenguas!), quitar la carne. Eso es: dejar de comer carne porque llegaba mamá cuaresma y había que dar caña al cuerpo. ¡Cuarenta días sin probar bocado de las suculentas carnes al uso de los tiempos! Claro que para eso, mediante la bula, se gozaba de privilegios y dispensas sobre el ayuno y la abstinencia. Hoy día, el carnelevarium ese nos resultaría irrisorio, de cara sobre todo a cualquier tipo de sacrificio porque lo que mola es la buena vida, dar gusto al cuerpo: mucho sexo, mucho comer, beber... Y máscaras van y máscaras vienen, que la mejor siempre será la que más desfigure nuestro rostro. No obstante, de toda la vida he preferido la cara descubierta, la autenticidad, la verdad, valores que aprendí en el aula magna del hogar. Pero resulta que tales valores, son sinónimos de imprudencia, ingenuidad y hasta simpleza. Ponerse la careta, aunque solo fuera una vez al año, ¡anda que no liberaba! ¡Menudo desahogo poder soltar la legua y nombrarle toda la familia a fulanito o menganito! Sucede que en los tiempos actuales, las nuevas tecnologías, como varita mágica, nos han traído la mejor de las caretas: la virtualidad. Y ahí cabe todo lo que se nos ocurra para presentarnos con las mejores prendas que puedan orlar al más espectacular avatar humano. Todo puede ser sin ser. Ahora, eso sí: nada de compromisos. Hoy puedo estar y brindar amor eterno, y mañana, tragarme la tierra para los restos. Y ahí queda eso, que si alguien se molesta, que beba agua. Imágenes virtuales, palabras virtuales, amores virtuales, sexo virtu... Sí, en lo virtual cabe todo lo que se le eche. ¡Que no me gustan las caretas por muy tecnológicas que sean! Dónde se pone la calidez del vis a vis, el mirarse a los ojos, el compartir un café, una copa..., bueno, sexo también pero en vivo y en directo, no se pone la mejor virtualidad.

* Maestra y escritora