Enero del 2011 no pasará precisamente para mi particular memoria como el mejor de los meses posibles de mi vida, sin duda alguna ante los muchos problemas que se vislumbran por doquier, tanto en el panorama nacional como en el internacional, con más parados que nunca y con unas perspectivas difíciles de igualar, incluso para el propio José Luis Rodríguez Zapatero, quien parece más que amortizado para muchos e incluso hasta para los miembros de su propio partido político, por mucho que el pasado fin de semana haya parecido lo contrario en la convención socialista de Zaragoza.

Problemas todos ellos que me afectan como ciudadano que soy de un mundo injusto y mal repartido. Pero no, no deseo ahora referirme a ello, ni quiero hacer tampoco análisis alguno de tan problemáticos temas relacionados con la economía o la política nacional o internacional, que otro día sin duda abordaré, sino que más bien quisiera referirme a otra cuestión mucho más doméstica y trascendente, desde luego, muy en contacto con la propia sociedad y, cómo no, con alguno de sus ritos de tránsito, que como bien sabemos implican toda una red de cambios interrelacionados de estatus para con nuestra comunidad. El nacimiento, la pubertad, el matrimonio y la muerte son las más frecuentes ocasiones para los mismos. El individuo que nace, alcanza la madurez y se casa o fallece no es la única persona involucrada en tales acontecimientos, por ello en este aciago mes de enero, para mí sin duda de añoranzas, me embarga no solo el recuerdo de la partida durante el mismo de mi hermano Alberto, sino la muerte más reciente ahora en éste mismo mes de mi querido Benito Vacas o las de Rafi y María.

Ya sabemos que la magia y la religión pueden incluso reducir nuestros temores y calmar la ansiedad o la propia sensación de inseguridad o peligro que alguno de aquellos nos pudieran producir en algún momento de nuestra vida. Denotan por ello, los ritos de paso, no pocas veces, simbólica y públicamente, la extinción o muerte del estatus socialmente significativo de un individuo o grupo y, cómo no, la adquisición o nacimiento de otro nuevo socialmente característico. Es lo que les acaba de acontecer a mis referidos amigos, quienes durante dicho mes nos abandonaron definitivamente, para pasar de su antiguo estatus al nuevo, para reintegrase, otra vez, en nuestras vidas, si bien como parte de nuestra memoria personal y colectiva. Me refiero ahora a Rafaela Rael Lozano y a la pintora impresionista María Villegas de León, ambas muy vinculadas a nuestra sociedad y, cómo no, también a los diversos colectivos a los que pertenecieron mientras vivieron, entre ellos, la asociación de Amigos de los Jardines Públicos de Córdoba, el Instituto Olof Palme e IS-PSOE, por no citar, en el caso de María, el haber sido el alma de la asociación que surgiera para recuerdo del insigne pintor amigo Antonio Povedano, su maestro, muy querido también por muchos de nosotros. Dos mujeres sin duda que siempre supieron estar a la altura de las circunstancias para acompañar en varios momentos de su vida, y con proyectos colectivos o personales no tan diferentes, al senador de las constituyentes y secretario de la Cámara Alta en varias de las legislaturas democráticas, Joaquín Martínez Björkman, esposo de la primera y amigo personal y político de la segunda. Porque Rafi fue su esposa y compañera vital y María, una fidelísima colaboradora más, en todo cuanto estuviese vinculado al servicio de la ciudadanía española por parte de mi querido y entrañable amigo Joaquín. Ambas fueron durante años vicepresidentas del Instituto Olof Palme y de la asociación de Amigos de los Jardines Públicos, que él mismo fundara con algunos de nosotros, si bien María falleció siendo aún la presidenta de este último colectivo ciudadano, que tanto se significara durante el último cuarto de siglo para la conservación de algunos de los espacios verdes de nuestra ciudad universal, participando las dos muy activamente en cuantas campañas de prensa se hicieran y, cómo no, en las numerosas actividades culturales que las referidas instituciones hicieron en pro de una ciudadanía más activa y consciente. Las dos, funcionarias durante años en la Junta de Andalucía, dejaron el listón bien alto, entre otras cosas porque fueron unas luchadoras natas en pro de los derechos de los más desfavorecidos, a las que recordaremos siempre por ello, no solo por su abnegado trabajo y calidad humana, sino por su buen hacer para conseguir una sociedad más justa e igualitaria. Descansen en paz estas dos queridas amigas, quienes a buen seguro no han muerto, sino que se han sembrado para que broten de nuevo, como se hace siempre con los viejos seguidores del partido que fundara Iglesias, y para que su ejemplo cunda entre quienes más las admiramos en vida y, cómo no, también entre el resto de la ciudadanía cordobesa.

* Catedrático