No cabe duda de que quienes tuvimos por última vez la suerte de verle arrasar en Las Tendillas, durante la Noche Flamenca en el pasado mes de junio, siempre podremos considerarnos unos afortunados. El maestro estuvo más que fabuloso en su cita con la ciudad de la Mezquita, quitándole sobradamente la razón a quienes pensaban que venía aquí, como tantos otros colegas suyos, para hacer una faena de aliño y, de camino, llevarse los cuartos de los cordobeses. Sin duda alguna, de sobra se ganó esa noche el jornal. Los que apostamos por don Enrique Morente Cotelo (Granada,1942-Madrid, 2010), primer cantaor galardonado con el Premio Nacional de Música, en 1994, y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2006), no nos equivocamos en aquella noche del ya casi incipiente estío, así al menos lo entendimos algunos, entre otros mi siempre amigo del alma y colega, el catedrático Francisco Aguayo Egido, y sobre todo el cantaor flamenco, ya consagrado también, Antonio Muñoz ´El Toto´, quien con su hijo y joven promesa del arte gitano nos acompañaron durante toda la noche. Para mí, fue una experiencia inenarrable escuchar su enorme quejío en honor de Nelson Mandela, fabuloso y transgresor como siempre en la voz del maestro granaíno, todo un clásico por otra parte por su elegante contribución al patrimonio de la Humanidad. Aquella noche, desde los balcones del Góngora, le vimos, una vez más, enormemente creativo y con la misma crudeza y pasión que siempre le puso a su cante, dejándonos a todos bien claro que en modo alguno estaba reñida la ortodoxia más pura con sus incursiones más recientes, las que siempre hiciera desde hacía años, desde el mismo momento en que los tablaos de Madrid y los festivales empezaran a escucharlo y aclamarlo tras sus primeros discos grabados bajo la atenta mirada de su maestro, Pepe el de la Matrona, y en compañía de sus siempre guitarras amigas, las de Félix de Utrera y Niño Ricardo. Con ellos, pronto se convertiría en todo un referente nacional, que nos haría recordar a todos los cantes antiguos, los de Caracol, de Pericón, Juan Varea, El Gallina, y algunos que otros más, que durante décadas nos harían vibrar por su renovación en el cante, desde aquel ya lejano año de 1967, en que en el Aljarafe de Sevilla tuvimos la oportunidad de escucharlo en su Cante Flamenco y, cómo no, también en sus Cantes antiguos del flamenco del año siguiente.

Durante años, fue el primer artista que musicaría también a los grandes poetas universales, como a Miguel Hernández, en 1971, con la guitarra de Parrita de Jerez o en su genial interpretación de Machado, cuatro años después, acompañado de Manzanita a la guitarra y en los noventa nos recordaría también a Federico, en su casa de Fuente Vaqueros, en aquel ya célebre trabajo suyo que fuera patrocinado por la Diputación de Granada. Antes, en 1977, había presentado su homenaje a don Antonio Chacón, con Pepe Habichuela y, más tarde, en los noventa también de la pasada centuria su Alegro, Soleá y Fantasía del cante Jondo , en el que cantó a Bergamín, Rafael Alberti, Rius y Pedro Garfias, éstos últimos dos poetas olvidados en el exilio de México, o su célebre Misa Flamenca y Negra, si tu supieras , entre otras muchas interpretaciones discográficas suyas más, que ni tan siquiera olvidarían a su gran amigo Leonard Cohen, ni tampoco a Lagartija Nick como artista irrepetible.

Recientemente, hace un par de años, Pablo de Málaga sería un nuevo trabajo suyo que iba a completar próximamente con el Barbero de Picasso , que grabaría hasta poco antes de entrar en la clínica en que falleció y que sin duda pondrá un broche de oro a toda su carrera artística, la de un buen e inteligente cantaor, con una más que fructífera y abrumadora obra, que se ha convertido en todo un referente para el mundo del flamenco y que a buen seguro, con su temprana muerte, se hará más grande aún si cabe, así al menos lo comentábamos esta misma mañana Paco Aguayo y yo, mientras tomábamos café en la buena compañía de Paco Orta, un sabio del flamenco, a quien siempre agradeceré su saber enciclopédico y con el que aprendo todos los días de flamenco nada más que escucharlo hablar. Descanse en paz don Enrique, quien supo recrear siempre y sin barreras revolucionar con pasión, desde su barrio del Albaicín granadino, lo que desde tiempo inmemorial en el más puro estilo flamenco ya fuera creado por otros.

* Catedrático