Córdoba siempre tuvo la virtud de que cuando carece de problemas, ella misma los genera, a veces, por culpa de alguna mente preclara que sin ser de aquí habita en tan universal urbe, lo que origina no pocas polémicas estériles como la de ahora, tan inoportuna como innecesaria no solo entre la ciudadanía cordobesa sino en la de más allá de nuestro solar patricio. Ejemplos no nos faltarían para argumentarlo, pero me ciño a la más reciente de las polémicas, a la provocada de forma intencionada por el titular de la sede de Osio, Demetrio Fernández, quien tiene todo el derecho del mundo a expresar su parecer como le apetezca, si bien no puede pretender que su opinión sea la más acertada en estos precisos momentos, y mucho menos acatada por la ciudad, tal y como bien pudiera parecer su pretensión. El mismo ya lo dijo antes de su toma de posesión, que pensaba estar presente en todo lo concerniente a nuestra provincia, es decir a su diócesis, para mí, como en la más oscura noche de la dictadura. No conozco de nada a tan destacado prelado que tanto gusta de la filetata en actos cívicos y de su estancia en palacio, si bien lo sigo en sus declaraciones desde que fuera titular del obispado de Tarazona, sobre todo a raíz del primer ataque en serio que recibiera el libro que sobre Jesús, aproximación histórica (PPC) escribiera tan acertadamente el admirado teólogo José Antonio Pagola, quien, a mi modesto entender, sí que ayuda a creer en el que un día muriera en la Cruz, cosa que dudo hagan otros muchos purpurados y obispos con los hechos y algunas de sus peregrinas declaraciones fundamentalistas, no habiendo nada en el citado texto que atente en lo más mínimo o que sea contrario a la fe cristiana y católica.

Sin embargo, ya en su primera edición, que no fue sino un intento riguroso de aproximación documentada a la figura de Jesús, suscitó la polémica, entre otras cosas, por la condena de los sectores más reaccionarios y conservadores de la Iglesia española y, cómo no, por parte de monseñor Demetrio Fernández, quien acusó al autor de "hereje" y "arriano" y de que presentaba a un Jesús "que no es el de la Iglesia", a pesar de que el libro sí que tenía, y bien lo sabía él mismo, un claro nihil obstat del obispo Juan María Uriarte, así como el aval de prestigiosos teólogos españoles y de todo el clero donostiarra, quienes por aquel entonces denunciaron las "reacciones injustas" hacia el autor, que llegaron incluso hasta "el maltrato psicológico". A Pagola se le quitó de en medio mientras que a su acusador pronto le tocó la lotería, al elevarle hasta la actual silla de su pontificado, una sede sin duda demasiado apetecida por quienes desean hacer carrera en la Iglesia romana.

El caso Pagola daría para hablar mucho más, si bien hoy no es a lo que quisiera referirme, sino a esa otra opinión vertida por nuestro insigne mitrado, quien de la noche a la mañana se ha dejado caer con una carta abierta e intencionadamente provocadora en la que pide que "en el mobiliario urbano y en los carteles de información y promoción turística se llame por su nombre a nuestra Catedral de Córdoba" o lo que es lo mismo que se le quite el término "mezquita" a la Mezquita-Catedral. Ya sabemos acerca de la historia del hoy templo católico, inscrito en el Registro de la Propiedad por la Iglesia como propio, como tantos otros templos y ermitas de pueblo, con nocturnidad y alevosía en fechas no lejanas, entendiéndose que nuestro obispo, con sus declaraciones hace un flaco favor a nuestra ciudad en la encrucijada en que se halla de cara al 2016. No cabe duda de que difiero de don Demetrio, quien puede llamar a su templo como le plazca, otra cosa bien distinta es que nos dejemos llevar por sus apreciaciones. En su día, casi todos los relatos de viajeros que nos visitaron en centurias pasadas llamaron Mezquita al primer templo de la ciudad, denominación que usaban los naturales, como lo hacen hoy otros muchos católicos en una ciudad plena de talibanes. El obispo debería saber que un templo es más que eso, por ser símbolo de nuestra historia; por ello, debería haberse dado cuenta de lo absurdo, histórica y patrimonialmente, de su propuesta, no siendo de recibo querer de un plumazo suprimir una parte de la jurisdicción de Clío. Ha generado una polémica estéril, abriendo un debate carente hoy de sentido. Sin la Mezquita, la Catedral, no sería nada más que otra de las muchas que existen por doquier; sin embargo, con aquella y su pasado musulmán, es hoy uno de los templos más singulares de toda la cristiandad, del que el propio obispo Fernández debiera estar orgulloso en ser la cabeza de tan popular Mezquita, para instarse desde Córdoba a la tolerancia, al rezo común compartido, llegado el caso, y a encabezar, por qué no también, un espíritu ecuménico que afectaría de forma muy positiva a la propia imagen de ciudad como lugar de destino en lo universal.

* Catedrático