Creo que nadie se ha asombrado porque los políticos y las políticas aparezcan en los últimos meses entre los principales motivos de preocupación de los españoles. Salvando los riesgos que conlleva toda generalización --hay muchos representantes que desempeñan sus cargos públicos con solvencia, dedicación y honestidad--, no cabe duda de que nuestra clase política se ha ido instalando progresivamente en la mediocridad, esclava de los aparatos partidistas y lejana de la ciudadanía. Todo ello ha consolidado la percepción de que muchos se dedican a la cosa pública no como un servicio temporal a la comunidad sino como una profesión que los salva del paro y de que muchas energías políticas se malgastan en guerras internas y en frentismos en los que parecen olvidarse las inquietudes ciudadanas.

Volví a pensar en los círculos viciosos de nuestra democracia cuando escuché hace unos días al alcalde de nuestra ciudad, en medio de una reunión con los usuarios del Parque Cruz Conde, llamar al orden argumentando que estaba en "su casa". Reconociendo que en algunos casos la actitud de algún usuario dejó mucho que desear, no es menos cierto que la rotundidad del mensaje lanzado por nuestro representante debería hacernos pensar. Porque tal vez los ciudadanos y las ciudadanas deberíamos empezar a movilizarnos y a hacerles comprender a nuestros cargos públicos que su dedicación es --o debería ser-- temporal, que su poder deriva de la soberanía popular y que su voz no es más que la voz prestada por los votantes. Algo que, en todo caso, debemos penosamente relativizar no solo porque nuestro sistema electoral sigue manteniendo las escasamente democráticas listas cerradas sino también porque los alcaldes y las alcaldesas son elegidos de manera indirecta. Un proceso agravado en el caso del cordobés que, todos recordemos, fue designado como tal gracias al hábil ejercicio de "transfuguismo externo" de la mujer que en las anteriores municipales había reclamado el voto para Izquierda Unida.

Escuchadas esas palabras no puedo por menos que reclamar que la tan ansiada Educación para la Ciudadanía se convierta en una asignatura obligatoria para los que ejercen el poder en nuestro nombre y, por supuesto, para los que tendríamos que dar muchas más muestras de compromiso cívico. Ello ayudaría a dejar muy claro que el Ayuntamiento no es la casa del alcalde o de la alcaldesa, que en todo caso sería un inquilino de alquiler, sino que es el lugar donde todos los vecinos y todas las vecinas tienen derecho a hacer oír su voz. De la misma manera que la Constitución es el hogar de la ciudadanía, las instituciones públicas son el espacio en que la primera cobra vida gracias al impulso y la energía de la segunda.

Me imagino que las palabras de nuestro alcalde fueron pronunciadas sin una reflexión previa debido a la tensión vivida por la remodelación del Parque Cruz Conde. Tal vez porque en su subconsciente le bailaba el artículo del Estatuto andaluz que reconoce el derecho de los andaluces y las andaluzas a disfrutar del patrimonio natural, el cual debe ser conservado para las generaciones futuras igual que lo es el patrimonio histórico y cultural. Imagínense cómo se llenaría el cielo de gritos si a algún gobernante se le ocurriese planear un paseo peatonal, por más que fuera de taquete rústico, en Medina Azahara o en el Patio de los Naranjos.

El Parque Cruz Conde necesita ser cuidado pero no transformado en un espacio similar a otros que ya existen en la ciudad. Y por ello ha estado democráticamente muy bien que los usuarios del Parque, que no son sólo los vecinos del barrio, hayan ido al Ayuntamiento, que es su casa, para pedirle al alcalde que tenga en cuenta las voces de quienes el próximo mes de mayo tienen una cita en las urnas.

* Profesor de Derecho Constitucional de la UCO