La comunicación ideal tiene cinco compases, que hemos de marcar con tino y oportunidad para obtener sus mejores frutos: "Acoger, escuchar, dialogar, comprender y enriquecer". La acogida benevolente es el primer paso, el comienzo para una buena relación. Si empezamos excluyendo a los demás por su ideología, su forma de pensar, o por su forma de vestir o de vivir, no llegaremos a ninguna parte. Tras la acogida, la escucha. No es fácil. Vivimos en un entorno muy ruidoso por fuera y con muchas prisas por dentro, que hace realmente difícil que nos prestemos mutua atención. Hablamos con voz fuerte, nos movemos con rapidez, decimos a unos y a otros lo que tienen que hacer, pero a menudo somos incapaces de escucharlos realmente y, por tanto, de comprenderlos. Quienes se han dado cuenta de esta situación, que tanto afecta a la comunicación, por ejemplo, en las empresas, se han apresurado a organizar cursos para pedir a empresarios y directivos que necesitan aprender a escuchar para ser verdaderos líderes. De modo semejante, abundan los cursos en los que se pretende adiestrar a vendedores y agentes comerciales en las técnicas de la escucha al cliente, para que lleguen a hacerse cargo realmente de sus necesidades. Pero, más que una técnica que pueda dominarse, escuchar es sobre todo una actitud que se aprende cuando se vive en un espacio humano en el que hay afecto. Se trata de una actitud que comienza en el ámbito personal y familiar, y atraviesa todos los niveles de la acción humana. En casi todas las familias o en muchas empresas hay personas que durante largos años "no se hablan", aunque sean hermanos, vivan en la misma escalera, trabajen en un mismo departamento o tengan intereses afines. Independientemente de las circunstancias concretas que en cada caso hayan originado esa lamentable situación --una herencia, una rivalidad--, la manera más efectiva de entenderla es advertir que han cancelado la disposición a escucharse y a aprender uno de otro. Solo escucha quien está dispuesto a cambiar, quien está dispuesto a rectificar, quien está dispuesto a pedir perdón, a decir "me he equivocado". Una vez que acogemos y escuchamos, brotará el diálogo, el intercambio de opiniones y pareceres. Y necesariamente, ha de surgir también una buena dosis de comprensión. Para comprender a otra persona es preciso reconocer que aprendemos de ella. Al menos, como escribió la Madre Teresa de Calcuta, "estar con alguien, escucharle sin mirar el reloj y sin esperar resultados nos enseña algo sobre el amor". La paciencia, escribió Von Balthasar, es el amor que se hace tiempo. El último peldaño será el mutuo enriquecimiento.

* Periodista