No hace falta ser un experto en historia para saber que los Reyes Católicos tenían ante sí multitud de problemas de alto alcance político y de importancia extrema.

Bien, pues a pesar de ello siempre tenían un hueco para ocuparse de la vida cotidiana de sus súbditos, de aquellos detalles que podrían contribuir a la felicidad de la gente en los enredos de cada día. Y así, por ejemplo, además de la famosa pragmática en las que, a demanda de una mujer catalana, establecían el número máximo de "usos del yacer" en una noche, estaban tan preocupados de que la gente no se endeudase más allá de lo razonable que en 1493 dieron una ordenanza en la que establecían en Galicia el número máximo de personas a las que una familia podía invitar a la fiesta: "No sean osados de convidar ni llamar, cuando hubieren de casar sus hijos o hijas, o recibir bautismo... sino solo parientes del tercer grado. Y para el bautismo no vengan salvo los compadres y comadres y otras personas hasta seis personas... y no coman ni beban salvo un día no más". Y para evitar complicaciones, es conocido que los interesados llamaban al alcalde para que éste comprobara el buen comportamiento, lo que se hacía "revisando en las cocinas el tamaño de las ollas y deducir así si incumplían o no lo ordenado".

Pero no se crea que éstas fueron de las primeras normas de costumbres derivadas del poder. Dos siglos antes, por referirnos a nuestro país y dejando a un lado a romanos y visigodos, ya las Partidas de Alfonso X el Sabio prohibían un montón de cosas, por cierto a los religiosos la asistencia a los espectáculos en los que se "lidian con bestias bravas por dineros que les dan". Este monumento jurídico, que ha llegado a estar vigente hasta el siglo XIX en algunas partes de América, contiene prohibiciones que van desde que los barberos tienen que "raer y afeitar a los hombres en lugares aparatados y no en las plazas por donde andan las gentes" no sea que puedan recibir algún daño hasta aquellas actividades que hacían los infamados, es decir, cosas que no se deben hacer.

Hace un siglo aproximadamente Azorín escribía que "en España el vocablo mandar ha sido siempre sinónimo de prohibir: nuestra política secular puede resumirse en las prohibiciones y en las expulsiones. Español que no prohíba algo, bien en su casa, bien en un Concejo o bien en las esferas más altas de la burocracia, no es un español castizo. ¿Será preciso recordar las numerosas pragmáticas...? en los siglos pasados cuando un habitante de España no podía vestir a su talante, ni poseer tales o cuales muebles a su gusto, ni... ni... llevar el pelo peinado a su gusto". Y no digamos lo que no puede hacer en un café, "ni leer gacetas ni otros papeles públicos, ni hablar del gobierno (aunque sea para bien), ni mantener conversaciones deshonestas, ni las que sean contra cualquier ciudadano", es decir, no se puede criticar al comerciante ni lamentarse de lo cara que está la vida...

No es por ello sino una tradición larga y bien consolidada que los diversos poderes, tanto civiles como eclesiásticos, han ejercido sus dominios, legítimos o no, con la práctica permanente de las prohibiciones basándose en una antropología pesimista, falsamente moralizante y basada en diseños teóricos del deber-ser, y que, en su osadía difícilmente justificable, llega a reglamentar torpemente hasta los rincones más íntimos y privados de nuestra casa y nuestro cuerpo. Es curioso cómo Gaspar Melchor de Jovellanos, en 1796, en la plenitud de la Ilustración, tras lamentarse del mustio silencio que hay por los pueblos de España, de cómo pasan tristemente las horas y las tardes enteras "sin espaciarse ni divertirse", diga que "un pueblo libre y alegre será precisamente activo y laborioso y, siéndolo, será bien morigerado y obediente a la justicia. Cuanto más goce tanto más amará el gobierno en que vive, tanto mejor le obedecerá... cuanto más goce, tanto más tendrá que perder...". Claro que no debe perderse de vista que "el pueblo que trabaja no necesita que el gobierno le divierta sino que le deje divertirse, el pueblo necesita diversiones, no espectáculos" pero "han nacido infinitos reglamentos... en una partes se prohíben las músicas cencerradas y en otras las veladas y bailes, pararse en las esquinas, juntar corrillos y otras semejantes prohibiciones".

Y, como éstas, podrían aportarse otras muchas citas sobre las diversiones y espectáculos públicos para el buen entendimiento de todos.

* Articulista