Estamos ante uno de los fines de semana más complicados del año en cuanto al volumen del tráfico por carretera. La Dirección General de Tráfico (DGT) prevé 4,9 millones de desplazamientos, una cifra prospectiva y harto elocuente, que tiene en cuenta la coincidencia del final y el inicio de vacaciones en una fecha en que, además, se acumulan muchos trayectos cortos por la gran cantidad de fiestas locales, contando, asimismo, con un aumento de la circulación directamente achacable a la crisis, que genera más turismo de proximidad y menos usuarios de otros medios de locomoción como aviones o trenes. Más de 1,2 millones de esos vehículos que desde ayer se han echado a rodar por todo el país van a cruzar, precisamente, las carreteras de la comunidad andaluza y, la inmensa mayoría de estos, las de la provincia de Córdoba, punto clave en la comunicación Norte-Sur.

UN TRISTE PRECEDENTE CERCANO

Estos días difíciles llegan justo después de un aciago fin de semana en el que se ha superado (con 26 víctimas) la peor estadística del año y con la conocida como "huelga de bolis caídos" de la Guardia Civil como telón de fondo. Aunque, como certifica Pere Navarro, director de la DGT, las cifras siguen siendo, de manera global y a largo plazo, altamente positivas, es cierto que se percibe en el ambiente, cuatro años después de la entrada en vigor del carnet por puntos, un cierto grado de relajación que podría ocasionar desgracias irreparables.

El empeño por evitar accidentes es una competencia del Estado en toda su extensión, y tiene diversas variantes. Desde la mejora de las infraestructuras a la educación activa (amable o con recursos más contundentes), pasando, por supuesto, por las sanciones administrativas o penales. Pero también debemos tener en cuenta la responsabilidad del ciudadano, protagonista en última instancia de sus actos, un factor decisivo de la siniestralidad.

ESTADISTICA FAVORABLE

De manera continuada y ejemplar, la curva de fallecidos por accidente de tráfico ha descendido en los últimos seis años, producto de intensas campañas de prevención y de radicales medidas coercitivas, pero conviene no ceder en el empeño. A corta distancia, con el mantenimiento de la conciencia cívica y con la conveniente intervención de quienes procuran por la seguridad. Y a la larga, con una profundización de la pedagogía que debe impedir, cada vez con más ahínco, la absurda muerte en la carretera. La cultura de la seguridad es un activo frágil que debe cuidarse con esmero, con voluntad de futuro, sin ceder un palmo en la frontera del riesgo inútil, sin sentido.