Con la inauguración del alumbrado, la noche se hizo día, alzándose así el telón de la feria de Nuestra Señora de la Salud, en el mayo 2010. Las ferias han cambiado su fisonomía en el transcurso de los años, pero lo que no pueden ni deben cambiar es su filosofía que se concentra en varios principios: primero, su universalidad, porque la feria es para todos, y no sólo para los ciudadanos o paisanos sino para todos los que que quieran acercarse a su recinto, para visitantes e invitados, para los que buscan la diversión y la convivencia, en un brindis colectivo por la alegría. La segunda característica de la feria es que llega para todos, nadie queda excluido, o como se decía en los programas de los pueblos, anunciando espectáculos y atracciones, la feria llega para chicos y mayores, para los más pequeños con tantas ilusiones como admiraciones por lo que se presenta ante sus miradas infantiles, y para la tercera o la cuarta edad que, de vuelta de casi todo, busca también sumergirse en las nuevas fantasías, siquiera sea para avivar recuerdos y olvidar sinsabores. La tercera característica de la feria se centra, sobre todo, en la ilusión y en la fantasía. Todos sabemos que los viajes de las atracciones no nos llevan a ninguna parte, pero aún así fascina el paseo en los más sofisticados artilugios por lo que tiene de nuevas sensaciones. Todos sabemos también que el recinto ferial tiene mucho de ciudad para el bienestar y la fiesta pero no podemos olvidar que todo es efímero, que dura unas horas, unos días, y luego todo desaparece al cesar la música y apagarse las luces. Y una última característica de la feria es la de ofrecer una hermosa plataforma de convivencia. En política, la votación es el método para dirimir el desacuerdo. En cambio, en el recinto ferial, puede bastar una copa o un buen brindis para acercar posturas enfrentadas o hacer brotar la más bella sonrisa para la ilusión.

* Periodista