Algunos filósofos y escritores han animado a sus lectores a que tengan un cuaderno de notas para ir registrando los incidentes cotidianos de la propia vida, con pequeñas o grandes reflexiones de lo que ocurre alrededor. Facilita mucho la creatividad personal el tener una libreta --o una "palm" o un "iPhone" eficiente--, en la que uno vaya atesorando sus reflexiones u ocurrencias casuales, una detrás de otra, sin más titulo quizá que la fecha del día en que las escribe. Ese cuaderno sirve, en primer lugar, para coleccionar las ideas que se nos ocurren espontáneamente y que si no apuntamos enseguida --todos los mayores de 40 años tenemos penosa experiencia de ello-- se nos olvidan por completo al poco tiempo. Pero además de las ideas propias, el cuaderno va muy bien para guardar las palabras de otros que nos han llamado la atención al escucharlas o leerlas, porque nos han parecido estimulantes. Esas palabras acertadas, si las atesoramos por escrito, constituyen verdaderamente alimento para el pensamiento. Basta con anotarlas de forma más o menos literal, indicando si es posible la fuente, para poder citarlas si en el futuro quisiéramos recurrir a ellas. Un cuaderno así no ha de tener un carácter confesional e íntimo, sino más bien una cierta pretensión literaria. Se trata más bien --ha escrito el literato español Jiménez Lozano-- de "un espigueo de notas que voy tomando sobre un cuadro o un paisaje que me emociona y no sobre mi vida. No me interesa mirar por la cerradura de los que sólo relatan sus fisiologías. Me atrae más la vida clandestina del alma". Por ejemplo, frente a los grandes titulares de estos días, dramáticos y desesperanzados, podríamos anotar el humilde gesto de un Papa que va a Fátima como peregrino para acompañarnos en el mar de la vida y de la historia. Su silueta blanca nos invita a recorrer caminos de esperanza.

* Periodista