Quienes me conocen saben que ni sus posiciones ni él mismo como jerarca son santos de mi devoción, pero cuando acierta, aunque sea tarde, justo es reconocérselo. No es a lo que el cardenal-arzobispo de Madrid nos tiene acostumbrados, al no haber pedido aún perdón por haberse intentado en su archidiócesis ocultar el caso de Aluche, por el que fuera condenada en los tribunales como responsable civil subsidiaria a 30.000 euros o el del mismísimo juez eclesiástico de Alcalá de Henares, caso que a buen seguro también conocía antes de su condena.

Guardó silencio, a pesar de cuanto en su territorio caía en relación con los curas abusadores de niños, que ahora salen a la palestra, como los de san Viator; pero que cuando se decide a hablar, lo hace con suma firmeza y claridad, no sé si para que sirva de aviso a quienes sin rumbo navegan por tan turbulentas aguas. Tardó en hablar, si bien ahora no se ha mordido la lengua. Además, me parece bien que se distanciara de otras posiciones episcopales, que cuanto menos resultan chocantes cuando afirman que la ola de casos era debida a una supuesta campaña mediática, o como las del cardenal Cañizares, quien llegó a decirnos que por aquí no se pretendía denunciar sino "que no se hable de Dios". Rouco igual lo hace ahora forzado por las circunstancias o por el hecho de que el Papa fuera quien diese el primer paso para limpiar "la suciedad y la soberbia" que anida en parte de la jerarquía del catolicismo, imponiendo a todos su criterio. Así me lo parece, y de no haberse dado tales circunstancias seguro que el purpurado-presidente seguiría, como otros aún hacen, ocultando su posición o cerrando filas como ya se hiciera en su archidiócesis o en otros obispados más, movidos todos por un desmedido afán de proteger a la institución romana y que ningún resultado les diera a la vista de los hechos, o si no que se lo pregunten a quien en su día amparara al cura de Alcalá la Real, condenado a prisión, como el de Tui (Vigo), Mota del Cuervo, Iznájar y Peñarroya o los de Madrid, entre otros, a quienes, en ocasiones, dejaron ejercer a alguno en diferente lugar, no sé si con el fin de seguir con su "pastoral" o para que cumpliese allí su penitencia. Antonio María Rouco Varela ha acertado con parte de su discurso en la XCV Asamblea Plenaria de la CEE, incluso sorprendiéndonos al pedir cárcel para los sacerdotes pederastas, y por hablar con claridad acerca de los abusos sexuales dados entre tonsurados, de forma tan contundente como precisa, puesto que "ya es demasiado que se haya abusado de un solo niño. No puede ser. No puede ser la omisión de las actuaciones disciplinarias debidas o de la atención que merecen quienes han sufrido tales desmanes.

Pero tampoco podemos admitir que acusaciones insidiosas sean divulgadas como descalificaciones contra los sacerdotes y los religiosos en general y, por extensión, contra el mismo Papa". Afirmando también "que nadie puede pensar que tales comportamientos sean compatibles con el servicio sacerdotal o la vida consagrada con la comisión de tales crímenes".

A él mismo ahora le "resulta intolerable faltar tan gravemente a la castidad, a la justicia y a la caridad abusando de una autoridad que debería haber sido puesta precisamente al servicio de esas virtudes y del testimonio del amor de Dios, del que ellas dimanan"; de ahí que él considere también, en sintonía con Joseph Ratzinger, que los responsables deban responder no solo ante Dios, sino igualmente ante la justicia humana. Para continuar diciéndonos que "nosotros, como otros episcopados, hemos puesto y según las necesidades, pondremos con más cuidado los medios para prevenir y corregir casos de este tipo", apuntando que "el remedio" ha de buscarse no sólo en las medidas disciplinarias y penales pertinentes, sino sobre todo "en el cultivo de la santidad de vida y en la libre obediencia a la santa ley de Dios y al magisterio de la Iglesia", sosteniendo que "la consagración a Dios en el celibato, libremente asumido por su amor, es un medio excelente de santificación que ha de ser cultivado con las condiciones y medios señalados por la Iglesia".

Y aquí, a pesar de cuanto él afirma y dijera igualmente el cardenal Bertone en Barcelona, disiento de cuanto ambos exponen, y si no que miren bien a su alrededor para ver el panorama existente en dicha materia en algunas diócesis españolas, como podrían fácilmente comprobar por tierras de María Santísima, y que hechos que durante la Modernidad yo mismo investigara, hogaño quedan con plena vigencia y más aún, incluso entre conocidos prebendados. Igual es que en origen fallan en sus planteamientos. Por ello, me gustaría que miraran al futuro, pero que hicieran justicia con el pasado más reciente, en la mente de arteros vigías de ribeteado hábito talar, quienes ante tanta hipocresía como hoy perciben en su seno no cesan de buscar el bien para su universal Iglesia.

* Catedrático