Hay individuos que crean y producen odio en un colectivo e incluso en el hogar. Para producir odio hacia el otro se necesita consumir o utilizar tiempo, además de emociones de ira y rechazo. Cuando se produce odio mediante consumo de tiempo, de ciertas lecturas y determinadas audiencias, ¿estamos ante un proceso de rendimientos decrecientes? La función de producir odio no solo exige tiempo al que odia sino también leer panfletos, consultar páginas que producen odio en internet, asistir a seminarios en los que se genera odio. Pero cada vez que se leen y escuchan argumentos que fomentan el odio ¿se genera proporcionalmente menos odio por unidad de tiempo dedicado a producirlo? Para algunas personas sucede así; el placer de odiar no crece tras la segunda lectura de un folleto que suministra apoyo al sentimiento de odio a quien lee. Pero para otras personas no sucede de esta forma; el odio es como el tabaco, una adicción, tal que su consumo futuro tiene mucho que ver con el capital-odio acumulado en la "sangre". Cuanto más se fuma más nicotina se necesita; cuanto más odio se acumula en el alma más odio se necesita consumir.

Como el odio produce utilidad y placer al que odia, algunos nacionalismos y religiones prometen odio como el que promete cocaína; es axiomático que, al igual que el placer que ofrece la cocaína se transforma en adicción, el odio está conectado a la adicción, pues la felicidad marginal que produce el odio en quien odia llega en cierto momento a depender del consumo futuro de mayores dosis de odio. Por eso hay nacionalismos y religiones que necesitan ofrecer más odio a sus consumidores para así mantener la felicidad marginal de su consumo. Las gentes que odian se comportan como drogadictos; cada vez necesitan más dosis de odio para mantener el mismo nivel de disfrute. Cada dosis del odio consumido añade un deseo más ferviente de consumir nuevas dosis. Dejar de consumir odio produce un coste superior a la pérdida de placer que nace de hacer daño al otro. De ahí la reiteración del maltrato, del acoso, de la magnitud del atentado terrorista. Es el caso del asesino de Alejandro Ponsada, alcalde de Polop de la Marina. El presunto diseñador de su muerte tenía tal adicción al odio que necesitaba dosis mayores de estímulos hasta organizar la trama que condujo al asesinato.

Si el coste en producir odio cada vez es más grande ¿por qué se invierte más y más en odio?; probablemente porque la tasa de descuento del futuro beneficio es casi nula o porque asignan una elevada probabilidad al éxito en el ejercicio de la violencia, como sucedió con el alcalde del PP en Polop.

Hay una cierta racionalidad estratégica a la hora de usar la violencia en el hogar, en las algaradas callejeras, en el acoso al compañero, en el atentado terrorista.

¿Hay racionalidad de algún tipo en el uso de la violencia?

Los economistas piensan que existe una elevada racionalidad estratégica en los modos de ejercer la violencia, el acoso, el maltrato y la tortura al secuestrado. Por eso hablamos menos de emociones y más de utilidades.

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba