Tolerancia cero hacia la pederastia. Es lo que el cardenal Hummes nos planteaba no hace muchos días en L´Observatore romano al referirse a los eclesiásticos, afirmando él mismo que las causas verificadas por la propia Iglesia de Roma habrían de pasar en adelante a la justicia ordinaria, en la medida en que comportamientos tan escandalosos como los conocidos "hieren en profundidad el corazón de la Iglesia". Es decir, que en adelante tan execrable crimen ya no solo va a ser juzgado por los tribunales vaticanos, reconociendo por tanto implícitamente que la institución ha venido sustrayendo a las justicias ordinarias de los diversos países cuanto sabía acerca del tema y constaba en sus archivos desde hace años, sobre todo en los de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio de la Inquisición. Ahora, los inculpados y condenados ya no solo podrán ser reducidos al estado laical o excomulgados, según reza en el derecho canónico, sino que, civilmente y como no puede ser de otra manera, también habrán de afrontar cualquier otro tipo de penas, aquellas que, lógicamente, diluciden los jueces civiles.

El cambio de posición probablemente haya venido motivado por la dolorosa e insostenible experiencia sufrida en el seno de la Iglesia católica por los recientes escándalos suscitados en los EEUU de América, en Irlanda o bien en algunos países más del mundo, unos hechos que llevaron incluso a la dimisión de algunos obispos, quienes habían ocultado tan graves hechos. Ahí es precisamente donde creo que está el auténtico escándalo, que conociéndolos algunos como bien ciertos no los denunciaran ellos mismos para ponerlos a disposición de las respectivas justicias ordinarias, habiendo tenido que llegar en la mayoría de los casos hasta ellas por otras vías, tal y como lo pudimos ver no hace mucho en Madrid o también incluso en nuestra propia provincia. Es bien cierto que no se puede ni debe generalizar, y que la inmensa mayoría de los presbíteros cumplen bien y con suma dignidad su ministerio, pero también lo es y sabemos que es un hecho constatado que en los seminarios diocesanos no siempre se hicieron adecuadamente los propios discernimientos vocacionales, habiéndose convertido los mismos en coladeros de gentes que ya se ve qué resultados dieron a la propia Iglesia. Por ello, me parece perfecto, si bien un poco tarde, que el Santo Padre haya convocado para mediados del próximo mes de febrero a los representantes de la Conferencia Episcopal irlandesa, con el fin de analizar con ellos cuantos abusos a menores se dieran en el pasado, no descartándose que Ratzinger les entregue también a los referidos prelados la carta que les prometiera a los fieles de aquel gran país católico hoy sumido en el escándalo, con el fin de aclarar cuantas iniciativas se habrían de poner en marcha de nuevo para responder adecuadamente allí a la situación con anterioridad creada. Entiendo que el Papa esté asolado y angustiado por tan grave situación, compartiendo él la indignación con todos los demás fieles y ciudadanos. Benedicto XVI ha asegurado que la Iglesia continuará investigando en su seno, hasta llegar hasta el fondo de cuantos hechos pudieran haberse protagonizado por los tonsurados bajo su jurisdicción, quienes sin duda traicionaron no solo sus solemnes promesas hechas a Dios sino también cuanta confianza depositaran en ellos las mismas víctimas y familiares. Me alegra saber por tanto que el Pontífice los haya calificado así, de crímenes atroces, cuantos abusos se dieran en el pasado sobre cuatrocientos niños irlandeses, por parte de casi medio centenar de eclesiásticos, según los datos que nos revelara el informe Murphy presentado meses atrás, que complementa el llamado Ryan para los últimos setenta años, el cual nos mostraba los escándalos y abusos que se dieran en Irlanda y que derivaron en la dimisión de varios prelados. Está claro que con hechos así u otros similares la Iglesia no precisa de enemigos, les basta con sus más adictos seguidores para desprestigiarse en profundidad. Por eso, hacen bien en tomar la iniciativa, que espero no sea mero maquillaje ante la realidad de los hechos. De sobra saben acerca de irregulares comportamientos licenciosos que no valoro, pero en su seno hoy existen y son contrarios a la moral eclesiástica, investigados en tierras de María Santísima y en otros lugares del mundo por hábiles investigadores de negro pecherín y ribeteado hábito talar, quienes plantean que poco se hace al respecto para solucionarlos, tal vez porque se topan con el criterio de algunos ordinarios, quienes entienden que al ser entre adultos o no ser notorios para la población poco o nada quieren saber acerca de ellos. Solo actúan, tarde y mal, cuando el escándalo salta y si no que se lo pregunten a algunos de ellos, quienes a buen seguro se rasgarán sus pomposas vestiduras el día en que algunos de aquellos se hagan bien públicos y notorios.

* Catedrático