En ausencia de algún rastro visible de autoridad, el dispositivo de asistencia y seguridad despachado a Haití por Obama es seguramente la única garantía de que la rapiña no sucederá a la tragedia. Parece imposible recuperar de entre los escombros la estructura institucional del país anterior al terremoto: el Gobierno, la policía y el Ejército han desaparecido, el conglomerado de apoyo de la ONU en el país cuenta los cadáveres y un océano separa a los haitianos de la UE, movilizada de forma ejemplar como en otros desastres. El compromiso público adquirido por Obama es la mejor garantía de que se mantendrá el esfuerzo para salvar a los damnificados del olvido. Sobran los precedentes para temer que, sin un compromiso como el de Obama, el drama deje de preocupar a la comunidad internacional. A este dato debe unirse otro: el empeño de Francia en convocar una conferencia de donantes. La iniciativa es importante porque la encabeza la antigua metrópoli y porque incluye la liquidación de la deuda externa. Para una economía paupérrima, cuya principal fuente de ingresos son las remesas que envían los inmigrantes, es una condición indispensable para la reconstrucción que pueda librarse del pesado fardo de la amortización de la deuda. La otra condición es edificar sobre las ruinas un sistema verdaderamente representativo y transparente que requerirá, como ahora la economía, el apoyo y la complicidad de aquellos países con medios para rescatar a Haití de la postración.