Estaba en la librera-estola de mi sala de estar; iluminada por el sol matutino de domingo resaltaba su estilizada firma con sus flacuchas y alargadas iniciales. Me acerqué a Federico y lo localicé en la edición de Aguilar, la décima de sus obras completas, de 1965. Sus ojos tristes, mirando al infinito, seguían a la trinidad de peces que colgando de sus sedales parecían flores surtiendo de una pecera. Decía Jorge Guillén que Federico era una criatura de creación y un arranque de fresquísimo manantial. ¿Por qué quieren buscar tus huesos, si te tengo vivo entre mis manos? Lo he contemplado sonriente, montado sobre caballo de cartón y sentado en el suelo con sus compañeros de escuela en Fuentevaqueros. ¿Por qué indagan sus huesos si tenemos impresa su voz?

Acabo de reencontrarlo con su pajarita, sentado junto a su catedrático de Historia del Arte, en compañía no solo de ilustres sino también de oscuros vivientes. Me ha escrito con su caligrafía de hormiguita aquella canción tan bonita que decía: Niño/ Que te vas a caer al río/En lo hondo hay una rosa/ Y en la rosa hay otro río.

¿Por qué buscar en sus huesos lo que ya vive en sus versos? Me ha llegado la música desde su piano en su casa de Granada cuando él tecleaba "Duérmete, niñito mío,/ que tu madre no está en casa,/ que se la llevó la Virgen/ de compañera a su casa".

¿Por qué se afanan entre raíces, muerte y frías tierras, si él está volando desde su balcón abierto? Ya se despidió diciendo "Si muero/ dejad el balcón abierto/ el niño come naranjas/ (desde mi balcón lo veo)/ el segador siega el trigo/ (desde mi balcón lo siento)/ ¡Si me muero dejad el balcón abierto!"

¿Por qué se empecinan en hallarlo entre las raíces de un viejo olivo si él es manantial de aguas vivas cayendo desde el generalife? Me ha confesado, al despertarlo en mi librera, que él es camino de tierra, hoja de sedienta higuera, campesino de voz queda y luz viva mañanera. Que no ha sido enterrado como semilla que se pudre sino que ya espiga florecida; que no está enroscado en un olivo de mármol sino alegre desde su huerto de Tamarit.

¡Que dejen su balcón abierto, que no busquen más su huella!

"Al dejarlo en el anaquel/ salió por su balcón abierto/ dejándome su reflejo/ y el alivio de su viento./ No busquen más sus huesos/ porque un mundo de luciérnagas/ ha iluminado sus recuerdos".

* Catedrático emérito de la UCO