La pasada cumbre celebrada en Copenhague ha vuelto a hipotecar al mundo. Es cierto que se ha conseguido involucrar a todas las potencias mundiales y que, al menos, parece haber una cierta consciencia de que el modelo actual de crecimiento debe cambiar. Sin embargo, no se infiere una clara correspondencia entre las medidas adoptadas y el daño que efectivamente está sufriendo el planeta. Lo peor es que, pese a ser paupérrimas las mejoras en relación a las que deberían crearse, se ha mejorado con respecto a las pasadas. Clara señal de lo poco que se está haciendo desde que sabemos lo que hacemos.

Los seres humanos nos diferenciamos del resto de animales, según dicen, por la capacidad de fijar metas a largo plazo. Por la facultad de encaminarnos hacia un objetivo sin que la recompensa esté estrechamente ligada en el tiempo con el cumplimiento de aquél. Sin esa característica diferenciadora, difícilmente podremos cambiar algo. Y es precisamente esta nota omitida, a juzgar por el orden de prioridades trazado, la que parece ausentarse en la perspectiva con la que afrontamos la crisis climática de forma más clara, enfrascados como estamos en el presente y con tan pocos miramientos para construir un futuro sostenible.

Y es que, incluso aquellos que rompiendo su ostracismo agnóstico se han atrevido a afirmar que la mano del hombre probablemente tenga algo que ver con el cambio climático, arguyen que antes que intentar dar un giro copernicano a la situación mejor será adaptarse, conforme nos vayan llegando los palos, a aquello que nos sobrevenga. "Es lo que mejor se nos da", afirman. ¿Acaso la adaptación a las consecuencias del actual modelo de crecimiento no será más costosa a la larga que el cambio de aquél? --les pregunto--. Planificación proactiva frente a reactiva. Es la única fórmula que realmente puede ayudar a salvaguardar nuestro planeta, anticiparnos al cambio, modificar el escenario de hodierno para modular un futuro menos incierto ¿No cohesiona mejor esta receta con lo que ha sido hasta ahora nuestra historia desde que salimos de las cavernas? Pues eso.

Alvaro Romero Alonso

Córdoba