El presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, seguramente podrá festejar el próximo enero su primer aniversario en la Casa Blanca con un cierto alivio, después de que su proyecto sobre la reforma sanitaria se convierta en realidad. Una de sus grandes promesas electorales. Así será cuando el texto que el Senado aprobó la víspera de Navidad sea refundido con el de la Cámara de Representantes para convertirse definitivamente en ley. También respirarán aliviados los 31 millones de ciudadanos de Estados Unidos que a partir de esta reforma histórica tendrán derecho a la cobertura sanitaria de la que han carecido siempre, aunque pueda parecer increíble en un país tan avanzado como el norteamericano.

Aún pueden surgir escollos en lo que queda de camino parlamentario, pero el mayor ha sido superado. El éxito de la promesa electoral de Obama está asegurado. El resultado del largo y agrio debate que ha suscitado la necesaria reforma del sistema de salud estadounidense es bastante menos de lo que el presidente y los sectores más abiertos del Partido Demócrata, entre ellos el difunto Ted Kennedy, esperaban y deseaban. La opción pública del servicio sanitario ha desaparecido del texto --y no reaparecerá en el refundido final--, pero la ampliación de la cobertura es un paso de gigante en un país sin cobertura universal, donde el 15% de la población, 46 millones de personas, carece de seguro médico.

Los 24 largos e intensos días que duró el debate en el Senado demuestran la dureza del enfrentamiento entre partidarios y detractores del texto final. La oposición republicana considera que la ley supondrá un despilfarro para las arcas del Estado y que entra en contradicción con la política del Gobierno de pedir a las administraciones y a los ciudadanos que se aprieten el cinturón en época de crisis económica. Lo que no cuenta la oposición es que el actual sistema es carísimo y equivale a más del 15% del PIB, casi el doble de lo que ocurre en la mayoría de los países más ricos. El otro gran argumento de la derecha republicana es que la ley supone una amenaza a la libertad individual, sobre la que se ha construido la democracia estadounidense, al equiparar de forma errónea y grosera las políticas sociales con el socialismo totalitario.

Hace 70 años que el sistema de salud norteamericano necesitaba una reforma profunda, como han ido reconocidos todos los inquilinos que han desfilado por la Casa Blanca, aunque muchos de ellos no dieron ni el primer paso. Obama lo sabía y la había convertido en el objetivo prioritario de su presidencia. Al final, no saldrá a gusto de los republicanos, que la consideran que va demasiado lejos, ni de aquellos demócratas convencidos de que se queda demasiado corta. Pero, quienes lo habían intentado antes de Obama, Bill Clinton por ejemplo, ni siquiera habían podido pasar de la primera casilla.