Desde los cuadrantes bruselenses semejan soplar estos días vientos propicios a una nueva visión del diseño político y territorial de los países de la Unión. Las corrientes federalistas parecen alzarse sobre las unitarias y centralistas, hegemónicas hasta el presente. Los partidarios de éstas temen que la prevalencia de aquéllas desunan lo que se mostró por los siglos unido y den paso a un horizonte de fragmentación e, incluso, de taifismo. Mientras que, por el contrario, los adictos a las primeras de las mencionadas orientaciones propugnan un aflojamiento del que consideran corsé centralista, a fin de establecer responsabilidades y metas más compartidas, integradoras de las energías de un solar como el europeo, entero caracterizado por su dionisíaca diversidad. En su sentir, los Estados-nación a la manera del español tienen una fecha de caducidad a muy corto término, y es preciso adelantarse al curso imparable de la historia, cimentando una convivencia edificada sobre el principio axial de la federación y, llegado el caso, incluso de la confederación allí donde por siglos reinó el espíritu uniformador y centralista...

Que tal visión no se ajuste o se acomode a la realidad del pasado --más bien, lo primero-- en nada es obstáculo para que se ofrezca como experiencia creciente e irrefrenablemente deseada por sectores influyentes de la sociedad española, muy en onda así con la flamante fase que se ha inaugurado en el gobierno de la Unión, que tiene justamente como primera asignatura el encarnarse y hacerse presente en la cotidianeidad, en el día a día de los ciudadanos de una Europa todavía, a la altura de los años diez del siglo XXI, en búsqueda de un tejido cordial y entitativo de verdad roborante. Por muchas que sean las dificultades que se dibujen en dicha senda, tales fuerzas se muestran hodierno firmemente decididas a recorrerla hasta abocar a un panorama de corte federalista en la estructura del Estado español, que, según gran parte de sus integrantes, no se halla excluida del articulado de la Carta Magna de 1978. Aunque mayoritarias en el conjunto de la población, las capas y elementos opuestos a ese planteamiento de la identidad nacional y de su navegación futura por el mapa europeo y mundial advierten que el impulso de la actualidad y el peso, enorme, de las esferas culturales y mediáticas más "vanguardistas" labran sin desmayo ni fisura un porvenir que discurra sobre roderas hasta ahora no transitadas por un pueblo que viene de lejos y avezado constructor de arquitecturas de tamaño y vigor colosales.

Así las cosas, Europa quizá decida en medida muy considerable el rumbo próximo de nuestro país. Muy indigente en pensadores de proyección nacional y autoridad señera, e imperante en las esferas políticas los enfoques más limitados y angostos, el presente español está acaso más abierto que nunca al "seguidismo" y la imitación pedisecua del modelo que patenten el presidente y la canciller A. Merkel con el visto bueno más o menos reluctantes de Sarkozy, urgido en la segunda fase de su mandato quinquenal de extraer nuevos programas de su inagotable chistera. El torcedor que para esta carta de navegación supondría una victoria de los tories en el Reino Unido, con la consiguiente pleamar de los nacionalismos galés y, sobre todo, escocés, pero con el acrecentamiento igualmente del unitarismo a escala continental, no implicaría quizá con todo la aparición de una palestra distinta a que se configura a nuestra vista estos días.

* Catedrático