En el último informe del Fondo Monetario Internacional hay una magnífica reflexión sobre qué forma podría tener la salida de la crisis. La gente del Fondo, con dos magníficos economistas como Blanchard y Viñals al frente, se pregunta si una vez tocado fondo (lo que ahora está haciendo la economía española) el crecimiento económico vuelve a ser alto al año siguiente o si hay un periodo en el que no se crece. Incluso se preguntan si, una vez en la senda del crecimiento, éste se mantendrá alto o si puede haber alguna recaída. Si dibujáramos en un gráfico temporal estas tres posibilidades (hay otras), veríamos que la primera (la de vuelta rápida al crecimiento) tiene forma de uve (V), la segunda (la del estancamiento) tiene forma de ele (L), y, finalmente, la tercera, la que contempla posibilidades de recaída, tiene forma de uve doble (W). El análisis, que se basa en el estudio de las crisis de finales del siglo XX, tiene una perspectiva historicista que es ilustrativa, aunque no sea, en mi opinión, demasiado rigurosa.

Si aplicamos a España esta misma metodología, tendríamos que empezar por la crisis de los setenta. En aquella crisis, cuyo origen fue la subida de los precios del petróleo, el sector dañado fue el sector industrial y éste contagió al financiero. En plena transición política y para contrarrestar sus consecuencias, se hicieron unas políticas fiscales y monetarias muy expansivas y una política laboral dictada por los sindicatos. El resultado fue una larga crisis en forma de W en la que tardamos cinco años en volver a un crecimiento del 2,5%. Y se salió de ella por las reformas estructurales que se abordaron a partir de 1983, por la creación del Estado del Bienestar y por la entrada en la Unión Europea. O sea, se salió cuando se ajustó el sector real dañado (la famosa reconversión industrial), se reordenó el sistema financiero (con más de veinte intervenciones y quiebras), se liberalizaron los mercados y se empezaron a equilibrar las cuentas públicas. No se logró una mejora significativa en el tema del paro por factores demográficos y porque los sindicatos paralizaron las reformas a finales de los ochenta.

Por su parte, la crisis de 1992-94 fue mucho más corta, pero no menos dura, y se salió de ella en forma V, en gran medida porque se supieron tomar las medidas en el momento oportuno: se devaluó la peseta, se hizo un fuerte ajuste fiscal (con congelaciones de los sueldos de los funcionarios y subida del IVA), se vendieron empresas públicas y se flexibilizó el mercado laboral.

De la experiencia de estas dos crisis, y con todas las cautelas que hay que poner a los análisis históricos, se pueden extraer algunas lecciones. La primera es que no hay una salida rápida: una economía como la nuestra no se ajusta en menos de tres años o más si están dañados un sector real y el sistema financiero. La segunda lección es que solo empezaremos a salir de la crisis cuando se completen los ajustes sectoriales aceptando sus costes económicos y políticos. Trasladar los ajustes en el tiempo es alargar la crisis. La tercera lección es que los ajustes fiscales son la segunda parte de toda crisis porque, usado el déficit para paliar los efectos de la primera parte, después hay que ajustar la deuda pública so pena de ser insolvente. La cuarta es que con rigideces en el mercado laboral no se vuelve a crear empleo en años. Y, por último, sin liderazgo no hay política económica creíble que acorte el tiempo de crisis.

De esta crisis, pues, no salimos hasta bien entrado el año 12 o 13 porque no se está abordando bien el ajuste sectorial, ni se sabe cómo ajustar el déficit (y hoy no tenemos la baja fiscalidad del 84, ni empresas públicas que vender), ni se ha empezado la reforma laboral, ni hay liderazgo político. Me temo que a alguno los Reyes Magos deberían traerle mucho carbón- de su tierra y subvencionado.

* Profesor de Política Económica. ETEA