La república del azar nos iguala a todos. Porque en ella imperan las leyes de la probabilidad, una dama ciega que no conoce estatus ni banderas. De ahí que en estos días, y siguiendo la tradición, invirtamos unos euros en lotería. Por si cae, aunque durante el resto del año no seamos dados a tales veleidades con el juego. Que para ello ya está la publicidad: "Hay muchas Navidades pero todas están aquí", además de las participaciones de la hermandad o la asociación que como un reclamo desafiante cuelgan del bar o la panadería de tu barrio. Hasta que una mañana la voz célebre y cantarina de los niños de San Ildefonso te despierta con un curioso rugir de bolas que van y vienen dentro de un bombo. Recuerdo que mi padre fue un fiel amante del sorteo, tenía su propio número, el 20.942, única herencia que mis hermanos y yo recibimos y que aún mantenemos llegadas estas fechas. Luego, como siempre, el sabor agridulce de saber que no fuiste el elegido por la Diosa Fortuna, pero el consuelo de que llegaban unos días de reencuentro, amistad y alegría. La suerte tiene esas cosas, que cuanto más se la desea más se aleja de nosotros. Ingrata, pues. La ruleta de las horas sigue girando, al compás de los minutos, como una caja de sorpresas que nos dibuja el cuerpo y el alma de arañazos y caricias. Sumando o restando en el debe y el haber de nuestras vidas. No obstante, aún nos quedan en el cajón de la esperanza, aunque corran tiempos de crisis, papeletas de ilusión, amor, esfuerzo, imaginación, amistad, ganas de vivir y hacer cosas. A todos ustedes mis mejores deseos para el 2010.

* Guionista-realizador TV