La Real Academia Española, cuando define o delimita un término, tiene que generalizar. Supongo que con todas las palabras del diccionario lo hace, se adapta a nuestras formas o empleos cotidianos. Va detrás y no delante de la gente. Así, héroe es un personaje mitológico, hijo de dioses y que aparece en las epopeyas. También, la persona digna de admiración porque, generosamente, hace cosas extraordinarias. Esto anda más cerca de la idea que yo tengo y, así, aunque distintas, habrá millones. Con esa generosidad y, personalmente, incluyo la permanencia. Mi héroe, merecedor de admiración, debe serlo a diario: el que busca, lucha, ayuda, construye- Cualquier persona que sirve, anima y participa en la felicidad de otros, como si ejerciera en cada momento su vocación o gozara con lo que siempre quiso hacer en la vida. Generoso pero también alegre.

En cualquier caso, y en el título de este artículo, se trasluce mi pensamiento, pues no es tal héroe aquél que ejerce a tiempo parcial o lo fue por un impulso para después poner la mano por los despachos oficiales o los platós de televisión. El tuvo su momento hasta codearse con los abogados y pedir cuenta a los políticos. ¡Qué espíritu tan limpio, tan bello y digno de admiración! Pero de héroe se me tornó villano. Pasado aquel momento y observado con atención, desagradable y oportunista. Y omito su nombre por aquello de los abogados, que Dios nos libre de vernos afectados o dependiendo de sus peculiares actitudes frente a la justicia.

Puede servir como ejemplo para, cuando menos, pensar o cuestionar una vivencia personal de hace muchísimos años. Un destello de heroísmo en mí que, después, no ha tenido mayor trascendencia. El ardor especial por el mérito se desvaneció casi al mismo tiempo que la escena.

En el pañol de armas de la base naval, siendo yo marinero, se soltó la cadena de un diferencial cuando elevábamos una mina. El hecho nos contrajo el estómago y un silencio denso se llenó de miradas. La situación era peligrosa pero la temeridad por mis pocos años hizo que, sin decir palabra ni recibir orden, trepara hasta la garrucha y encajara la cadena en su canal. El suspiro fue unánime y, después, el aplauso.

Aquello, que solo fue un impulso, me convirtió, instantáneamente, en héroe, y me hubiese servido para ascender en la milicia, entre otras razones porque el comandante de la base se percató de que el diferencial se encontraba en mal estado por la desidia de los jefes. El, el primero.

Fui un héroe puntualmente, un instante, casi a tiempo parcial. Lo mismo que ese famoso profesor que defendió a la joven y que nos entusiasmó a todos con su gesto. Después, ha perdido brillo, se ha enturbiado con sus expresiones llenas de cucarachas y el oportunismo en que lo tiene envuelto la oficialidad. Es la esencia de los intereses creados por un momento de esplendor, una responsabilidad y un silencio. Un heroísmo que para muchos continuará pegado a esa persona porque participan de sus ideas o no son capaces de sentarse unos minutos a meditar. Después de oírlo, daría cualquier cosa por conocer sus palabras antes de que el otro, loco y violento, le agrediera. Un héroe a tiempo parcial, muy parcial, favorecido por la fortuna; premiado y agasajado; de oculto pasado antes del gesto y con un presente, hoy por hoy, según entiendo, de privilegio. Está claro que ha sabido seguir en la Marina y sacar partido, aunque los diferenciales continúen en malas condiciones; aunque la comunidad a la que pertenece, él y su comandante, no tenga salida al mar.

* Profesor