Nuestro país ocupa el puesto 29 si se compara con otros en productividad y competitividad. Esta posición tan atrasada tiene sus razones y causas. A pesar de ser el duodécimo mercado por su tamaño; estar en el lugar vigésimo segundo por calidad de sus infraestructuras y en el vigésimo cuarto por la preparación de sus empresarios, está adornado por un mercado laboral inflexible al ocupar la cabeza en inflexibilidad (puesto 126 en flexibilidad) y por un sector público inervencionista y rígido (puesto 43 en oferta de facilidades y cooperación con los ciudadanos). La productividad y competitividad depende de todo lo relatado y de nuestro potencial de innovación, bastante escaso (estamos en el puesto trigésimo en este atributo) y de nuestro modelo educativo atrasado, pues ocupamos el puesto 30 en el listado.

Ante estos momentos de crisis no pueden estar los barcos amarrados en el puerto, porque, aunque ahí están más seguros, no fueron construidos para quedar varados. Ahora es el momento de poner en marcha el talento que reside en el emprendedor. El talento va más allá de la inteligencia; el talento es poner en valor lo que cada persona o grupo sabe, quiere y puede hacer. El talento es capacidad para comprometerse en el contexto de crisis en que vivimos; es aptitud más actitud. Un barco varado puede ser apto para navegar pero no desea hacerlo. Es el momento del talento del emprendedor, que nos ofrezca un proyecto ilusionante y credibilidad suficiente. En estos momentos, faltos de orientación, se precisan emprendedores valientes, apasionados, entusiastas y optimistas. Para salir de la crisis no sirven empresas anquilosadas, rutinarias, burocráticas, aburridas, extremadamente jerarquizadas, que matan las nuevas ideas. Tampoco una administración pública que solo ejerce control y miedo. No saldremos de la crisis sin emprendedores excelentes y de talento.

¿Cómo puede un emprendedor ejercer su talento y entusiasmar en una sociedad llena de desconfianza?

Solo con confianza salen las cosas adelante, pues la confianza es la cuenta corriente afectiva que, con sus depósitos y reintegros, permite cooperar en un proyecto común. La confianza, activo social de gran importancia, se echa en falta. La corrupción política, los robos en algunas entidades financieras, la rigidez en las relaciones laborales hacen dudar al emprendedor sobre si lanzar su proyecto. No es fácil para el emprendedor lanzarse a la aventura en un entorno lleno de desconfianza. No se confía en el otro y, a veces, ni en uno mismo.

La baja productividad depende, según el Foro Económico de Davos, en un 60% de la calidad directiva de quienes conducen empresas y política. No debemos olvidar que en calidad directiva ocupamos el puesto vigésimo sexto, por lo que necesitamos no solo al eslabón perdido sino que a éste le acompañen directivos de excelencia que se sitúen entre los diez primeros del mundo en cuanto a calidad. No queremos directivos que vayan a salto de mata, solo buscadores de subvenciones, improvisadores de equipos humanos, que representan el 94% de las mil empresas mayores de España.

El emprendedor, sea en la empresa, sea en la política, en estos momentos de crisis tiene que crear espacios de confianza que faciliten y propicien la fluidez de comunicación y de organización para hacer los cambios necesarios ante las dificultades.

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba