Con frecuencia se ha hablado del alma de Montilla, una visión elevada y peculiar de este pueblo y de su pasado. Un argumento que puede hacer reír a unos pocos que lo consideran propio de nostálgicos y enojar a otros que lo ven fuera de lugar. Pero ahí está en las fuentes vivas de la memoria. Y del presente.

Sin ir más lejos, Pablo García Baena, el poeta cordobés del Grupo Cántico, premio Príncipe de Asturias, ha estado aquí hace unos días en el encuentro del Centro Andaluz de las Letras, del que es director, y no ha dudado en afirmar públicamente que Montilla es, además del vino, "literatura, poesía y vida". No es la primera vez que García Baena elogia a este pueblo.

Recordando a Pepe Cobos en la antología titulada Montilla, dorada en mosto , editada por el Consejo Regulador y la Diputación, el poeta exalta la personalidad del escritor que luchó por sostener, desde las páginas de su obra, el linaje de los vinos de Montilla y la serenidad de su paisaje, donde "paladeó la poesía como un oloroso fragante".

García Baena también aludió a la Montilla "verde de cal y de pámpanos dorándose al sol de septiembre como la uva en dulzor del Pedro Ximénez" y el contraste del retablo pleno de santos con la "Montilla de las hechicerías, los conjuros y untos para enardecer a los enamorados".

Y la de los amigos. El primero de ellos, Bernabé Fernández Canivell, montillano al que Vicente Aleixandre llamó el impresor del paraíso. Editor exquisito, mecenas de un buen número de escritores de la Generación del 27, al que Montilla homenajeó en 1989 con una publicación dirigida por Vicente Núñez, el aguilarense corregidor mayor y perpetuo de la poesía española, y el editor montillano Manuel López Cabello.

El alma de Montilla tiene mucho que ver con los libros.

*Maestro