Le llamaban "ceronoventitantos" de tanto patrullar en el 091. En una redada conoció y se lió con una que le volvió loco. Cuando yacían, daba la talla porque cerraba los ojos y pensaba en todas sus deudas; era su técnica para durar el manso. El pobre, los días libres se ponía el uniforme y le decía a la esposa que hacía patrullas clandestinas a compañeros que podían pagarlas. Así pasaba noches enteras con la quería . Claro, todo ese embrollo le estaba pasando factura y las canas le acechaban el corazón. A ello se unía que el hijo de la querida no lo tragaba y se las hacía pasar canutas porque en cuanto se enfrentaba un poquito a él, la madre defendía al joven como si ceronoventitantos fuera un desconocido. Siempre el feroz encoñamiento que padecía le agachaba la cabeza. Su situación económica era muy mala, pero empezó a ser trágica porque, como tenía que mantener a la nueva familia, pidió un préstamo que terminó con su vivienda matrimonial en el juzgado. En el cuartel empezaron a llamarle ceronoventitonto. La cosa acabó fatal: compró un décimo que el muy pelotillero regaló al hijo de su cortesana; la lotería nunca toca y él quedaría muy bien con ella. Pero tocó, y el hijo, la madre y el Espíritu Santo desaparecieron. Aquello se cundió en todo el polígono y se enteró su esposa, que fue a la Comisaría con las hijas a liarle un dos de mayo . Al final, su doble vida le provocó un doble infarto que lo mando a patrullar al otro barrio. ¡Cuantos fallos enormes se ahorraría el hombre si antes de cometer locuras se metiera en cualquier baño e hiciera el amor consigo mismo!

* Abogado