Tras meses de arduos preparativos, la cumbre del clima de Copenhague ha empezado con una perspectiva incierta sobre las posibilidades de éxito. Habrá que esperar a finales de la próxima semana para saber si la muy moderada esperanza que rodea la cita cuaja en un auténtico compromiso mundial contra el calentamiento del planeta, un problema cuya gravedad hoy nadie discute. De la importancia de lo que se sustancia da idea que 56 diarios de todo el mundo hayan publicado un editorial conjunto instando a los dirigentes mundiales a un pacto. Todas las miradas están puestas en EEUU y China, los países que, con gran distancia sobre los restantes, más dióxido de carbono emiten. Dado que, en relación con el número de habitantes, los norteamericanos contaminan cuatro veces más que los chinos y que llevan muchos más años haciéndolo, es fundamentalmente Washington quien tiene en sus manos, con el grado de compromiso que quiera adquirir, la clave de la cumbre. Barack Obama es consciente de su responsabilidad histórica, pero los restantes dirigentes mundiales saben que el margen de maniobra de la Casa Blanca es, por los problemas internos de EEUU, menor del que cabía esperar hace unos meses. En el lado de los países emergentes, China, la India y Brasil han anunciado una propuesta conjunta. Y Europa, que ha hecho razonablemente bien los deberes, está dispuesta a aumentar su esfuerzo. De la sintonía entre estos tres actores dependerá la suerte de la cumbre y la de todo el planeta en los próximos decenios.