Ahora que la alta cocina es un arte reservado a gente selecta a la que no le tiembla el pulso a la hora de leer la cuenta, ahora que contamos con cocineros doctorados que lo mismo preparan un salteado de riñones de cerdo ibérico con lechazo de Burgos, que hacen una glosa académica al espárrago triguero, es preciso reconocer también la existencia de una cocina doméstica conectada firmemente con la tradición.

Una cocina nada desdeñable basada en los elementos propios de cada localidad y que apuesta por el valor nutritivo de los alimentos --primum vivere- --, por su adecuación a las posibilidades económicas de la familia y por la reutilización de elementos sobrantes. Esta limitación de medios no ha influido en la calidad de los platos. Ni mucho menos. La imaginación de las amas de casa, o las de su madre o su abuela, sobre todo, el deseo de agradar a los suyos, han elevado el tono de estos platos cotidianos, hasta el punto de poder figurar sin complejos en cualquier foro gastronómico.

Así lo ha entendido la asociación de amas de casa, consumidores y usuarios Ana Ximénez de Montilla, que dedica sus esfuerzos a poner a salvo las raíces gastronómicas de la localidad, sus peculiaridades y sus aportaciones a la cultura popular de Córdoba.

Con esta finalidad, la asociación ha editado libros de gastronomía, organizado cursos, talleres, muestras y degustaciones para evidenciar, además, el papel del vino cordobés en el entorno del fogón y la parrilla. Y no son las únicas en esta tarea. Aquí figura también, por derecho propio, la profesora e investigadora María Dolores Ramírez Ponferrada, que ha dejado constancia de la historia y de las tradiciones montillanas. De esta manera, se han elevado las peculiaridades culinarias hasta la categoría de historia de la cultura, llamando a las cosas por su nombre y salvando del olvido a sus personajes.

* Maestro