Pasan los días y crece la expectación ante quién será el nuevo obispo de Córdoba y cuándo se conocerá, por fin, su nombramiento. Al calor de la espera, se acrecientan las quinielas --aunque sin novedades que introducir en el baile de obispables , ya un poco cansino--, lo que tiene su lógica si se piensa que está a punto de cumplirse un año desde que monseñor Asenjo se despidiera oficialmente de la diócesis, y que el pasado 5 de noviembre asumió la titularidad del Arzobispado de Sevilla, lo que lógicamente le quita tiempo para la administración apostólica de Córdoba. Precisamente este hecho, la asunción plena del gobierno de la Iglesia hispalense --que tiene su miga-- se había vinculado a la designación de su sucesor, cosa que no ha sucedido, como ya anunció el mismo prelado que iba a pasar.

Pero no todo sigue igual en la viña del Señor. Asentado en España el nuncio Renzo Fratini, tal como estaba previsto lo primero que ha hecho ha sido acometer el asunto de las sedes vacantes, lo que agiliza los plazos y da idea de que lo que sea está al caer. En el complejo tablero de ajedrez de las alturas eclesiales se han empezado a mover piezas. El pasado sábado el Papa designaba obispo de San Sebastián --con gran disgusto de los nacionalistas-- a José Ignacio Munilla, hasta ahora prelado de Palencia. Y casi al mismo tiempo se anunciaba el nombramiento de Jesús Sanz, que estaba al frente de la diócesis de Huesca, como arzobispo de Oviedo. Las dos sedes estaban en primera línea de salida (es decir, de ver solucionada su espera, más larga aún que la nuestra). Y ambos prelados había formado parte, junto con Demetrio Fernández, obispo de Tarazona, de la primera terna barajada en los corrillos cordobeses. Los plazos se van cumpliendo, y el círculo se estrecha.