No está mal recurrir a la cirugía siempre que se haga de un modo lógico y con sentido común. El delicado momento económico por el que transitamos debiera ser motivo de reflexión, cuanto menos para poner en solfa el papel de las diputaciones provinciales. Un sistema que se precie necesita de regeneración e impulsos democráticos. Porque si en nuestro país el poder se reparte por medio del Estado central, las autonomías y los ayuntamientos, no se concibe que se repita un nuevo poder: el provincial, que debiera corresponder a los gobiernos locales y ser articulado por las nuevas delegaciones provinciales de los gobiernos regionales. Y no es que quiera yo barrer a las diputaciones de un plumazo, sino que éstas tienen el deber de ser eficaces y cercanas, aligerar gastos, infraestructuras y cargos, para quedar en lo justo y necesario. Con ello ahorraríamos y ganarían las arcas municipales de pueblos y ciudades, los parientes pobres de la historia, que han visto como sus competencias crecían de modo inversamente proporcional a sus ingresos. A la par que les toca jugarse el día a día con los medios y el pueblo. ¿Porque, a ver quién conoce al diputado de tal o cual cosa? ¿Quién le exige responsabilidades? La ciudadanía no entiende el papel de esta institución, por mucho que se la publicite para justificarla.

Hasta hoy ese régimen, ese cementerio de elefantes, sirvió egoístamente a los partidos. Ahora toca valentía política y sentido de estado y de la cosa pública para abrir el debate y buscar un cambio de aquí a las próximas elecciones municipales por el bien de la sociedad y del sistema.

* Guionista-realizador TV