La realidad se ha impuesto a las promesas al cumplirse 10 meses de la llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos. Como ha sucedido casi siempre que el Despacho Oval acoge a un nuevo inquilino, la tozudez de los hechos ha obligado a contener el entusiasmo de los primeros momentos y, en el caso de Obama, a admitir que la herencia recibida y la presión de las grandes tramas de poder dejan poco margen para el entusiasmo.

Al mismo tiempo que el presidente sopesa cómo aliviar la situación en Afganistán, libra una lucha sin cuartel en el Senado para sacar adelante la reforma sanitaria y no logra doblegar la resistencia de China a revisar la cotización del yuan y equilibrar la balanza comercial, se ve ahora en la obligación ineludible de admitir que la cárcel de Guantánamo no podrá cerrarse al acabar este año, como pretendía en principio, sino en un día no determinado del próximo.

Las dificultades que afronta Obama para cumplir la promesa de clausurar la instalación obedecen a obstáculos jurídicos y políticos. Sean de una u otra clase, el temor de los demócratas es que prolonguen una situación que les perjudique en las elecciones legislativas de dentro un año. Por eso, los asesores de Obama quieren tener el penal cerrado antes de que empiece la campaña electoral.

LA OPOSICION DE LA OPINION PUBLICA

Las encuestas no dejan lugar a dudas en cuanto a la oposición mayoritaria de la opinión pública a que permanezca en suelo estadounidense uno solo de los internados en Guantánamo. Al mismo tiempo, no son pocos los penalistas que opinan que aquellos encarcelados a los que no se les pueda formar causa por falta de pruebas y no encuentren cobijo en sus países de origen o en otros dispuestos a acogerlos, con plena seguridad de que se respetarán sus derechos, deberán permanecer en Estados Unidos. Un galimatías tan perverso para la Administración de Obama como el método seguido por su antecesor en la Casa Blanca para almacenar sospechosos en Guantánamo sin ningún tipo de garantías legales.

PROPUESTA EN ENTREDICHO

La situación es propicia para que los republicanos exploten el asunto en su propio beneficio y para que los demócratas conservadores, cada día más distantes con Obama, se opongan a cualquier solución que entrañe mantener en Estados Unidos a algunos de los internados en la base cubana. Lo cual no hace más que poner de relieve que la cohesión en el campo demócrata está lejos de ser una realidad y pone en entredicho otra vez las propuestas más atrevidas de Obama.