Me gusta Garzón porque lo odian todos los políticos. Sin excepción. Me gusta Garzón cuando me recuerda a los héroes de la infancia: el Zorro, el Justiciero Enmascarado, Robin Hood, el Capitán Trueno... y también un poco a Anacleto Agente Secreto. Le honra que lo persigan tanto los de Batasuna, pintando una diana con su nombre, como los fascistas de Manos Limpias, que le han metido una querella. Me gusta Garzón cuando dicen de él que no instruye bien las causas a nivel técnico: a la porra los tecnicismos ante la evidencia. Me gusta Garzón cuando toma la iniciativa y empapela a los poderosos con el mismo rigor que a los carteristas.

Me gusta Garzón porque es de los pocos políticos que ha dimitido cuando ejercía su cargo en el Gobierno. Se largó al verse entorpecido en su causa contra la corrupción. Me gusta Garzón cuando saca de quicio a los columnistas demagogos de todos los diarios y radios. Me gusta cuando permanece impertérrito ante tantos ataques por tantos flancos. Me gusta cuando sigue viajando, dando clases y conferencias con avalancha de críticas, y escribiendo libros utópicos dedicados a sus tres hijos. Me gusta Garzón porque sin él nunca hubiésemos sabido nada del terrorismo de Estado de los GAL, que aún seguiría oculto, como tantas otras ilegalidades que nunca sabremos. Me gusta Garzón cuando se acerca a la putrefacta huerta valenciana y destapa la trama chanchullera del PP. Y cuando se adentra en el presunto oasis catalán y, en vez de amenazar (como Maragall o Pujol), tira de la manta. Y por todas las esquinas. Comprendo que les enerve. Me gusta Garzón cuando se le va la olla e investiga a Franco y Berlusconi. Cuando, de forma pionera en el mundo, ordena el arresto de Pinochet, Scilingo y hasta Bin Laden. Lo que me sorprende y apena es que le guste la caza, lo cual no me encaja con el personaje.

* Arquitecto