En su obra más conocida, 1984 , acaso la novela de anticipación más certera que se haya escrito nunca, Orwell afirma que si la libertad significaba algo es el derecho de decir a los otros lo que se niegan a oír, que dos y dos --añade coloquialmente-- no podían ser otra cosa que 4 y que si algo tan sencillo como esto llegara a alcanzarse la humanidad sería al fin libre por añadidura. Sabía lo que se decía quien en su juventud --como todos o la mayoría en ese vertiginoso e impulsivo periodo de la vida-- entregó lo mejor de sí para tratar de cambiar el mundo, acabar con la pobreza y las desigualdades sociales --él se forjaría en esta lucha-- haciendo de su existencia un compromiso político.

De igual modo, también fuimos muchos los que muy pronto sentimos una conciencia de clase, descubrimos las bases del materialismo y dimos apoyo a un nuevo orden más justo y solidario, que configurase la alternativa viable al capitalismo opresor y cuya primera fase parecía ya plasmada en ese gran modelo de colectivismo planificado que entonces encabezaba la URSS. Tan es así que se tildaba de fascistas y reaccionarios a los que osaban refutarnos e incluso a los que hacían autocrítica de aquel incontrovertible paradigma de liberación del proletariado. En nuestras profusas lecturas sobre el desarrollo histórico del proceso revolucionario nunca hallamos el precio que hubo de pagarse. Empero, todos conocíamos, por poner un ejemplo, los procesos de Moscú, pero pocos se pronunciaban y algunos de éstos aun los justificaban.

En la conmemoración de los veinte años de la caída del Muro de Berlín he de reconocer que no fue en esta fecha sino mucho antes, en 1961 --el año del inicio de su construcción--, cuando literalmente se nos cayó encima. Tras esa pared no se plasmaban aquellas teorías de emancipación de los trabajadores que tanto solíamos debatir. La denominada policía del pueblo tiraba a matar a gentes que preferían jugarse el cuello entre ametralladoras y alambradas a malvivir privados de libertad o recelosos ante el vecino por si fuere delator y pasar del fichero de desafectos al gulag o al paredón. Lo peor es que telones de acero como aquél y vallados esquemas mentales aún continúan enhiestos.

Orwell vivirá cada etapa desmontando falacias y mitos. Ver lo que tenemos delante de nuestras narices --escribe, resignado-- requiere una lucha constante.

* Escritor