El flamenco forma parte de la cultura de nuestra tierra andaluza. Si embargo, a veces nos vemos abocados a recibir gran número de información de música y formas culturales que el fenómeno de la globalización ha extendido tanto que a veces puede no dejar un hueco para la cultura nuestra. El flamenco, tanto ayer como hoy, ha dado personas en nuestra tierra que se han interesado por el mismo, y que han llevado el cante jondo en sus venas. Autores de antaño como Pepe Pinto, Pepe el de la Matrona, don Antonio Chacón o don Antonio Mairena ponen de relieve a las nuevas generaciones que el flamenco es algo vivo en el tiempo. Es un cante que nace desde las raíces del pueblo y se proyecta a toda la sociedad con sus dimes y diretes, quejas, reproches, dolores, sentimientos, penas y alegrías. No hace falta entender de flamenco a fondo para gustarlo, hace falta venir a escucharlo con el alma abierta y beber de sus raíces, de su esencia. Por desgracia, hoy en día a muchos les puede parecer el flamenco una forma de arte y de cante de tipo marginal, cuando es todo lo contrario, cuando representa a la vida misma, a los pesares, pero también a las alegrías. El flamenco también representa una honda reflexión del hombre en el dolor de la vida, y una manifestación de lo que se puede cambiar, de lo que no se puede, y de aquello que es interiorizado, como un mal menor, porque no se puede hacer nada. Es en este último caso cuando el cante versa sobre temas tan esenciales como el dolor incurable, la pérdida de un ser querido y la muerte. No implica el flamenco por tanto un mensaje sin compromiso, sino un mensaje que apuesta por la aceptación de la realidad de las cosas, pero también por el cambio, por el deseo, por la mutación del futuro y por lo que ha de venir. Por todo ello, personas de nuestro tiempo como el maestro y cantaor Enrique Morente han sabido aunar el pasado con el presente, y proyectarlo hacia este futuro novísimo e incierto y enigmático.

Eduardo M. Ortega Martín

Granada