Al fin, Mariano Rajoy ha sacado la calculadora: sin una subida electoral importante en Cataluña, La Moncloa es un universo perdido o por lo menos difícilmente alcanzable en un escenario de dos años en el que incluso puede haber una incipiente recuperación económica. Y para incrementar el voto en Cataluña, hay que moderar el discurso, quitarse la caspa de la capa española y unificar los criterios dispersos y contradictorios de los propios populares catalanes. Todo un esfuerzo titánico.

A favor, el desgaste de fondo de los socialistas catalanes en un tripartito demasiado convulso --que ha desorientado al electorado socialista-- y la revoltura electoral de fondo que determinan las encuestas en Cataluña.

Pero no valdría solo una operación de maquillaje. Independientemente de la demoledora fotografía de Francisco Camps conduciendo un Ferrari que ni siquiera era rojo, la fuerza mediática de Esperanza Aguirre, la cercanía con una Conferencia Episcopal que revalida la imagen de la herejía y la espada de Damocles de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán son aristas que el pretendido nuevo liderazgo de Rajoy tiene que limar.

En todo caso, una catalanización del discurso de Rajoy puede contribuir a la pacificación general de la política española en unos tiempos de crisis en los que ya resulta inadmisible la falta de diálogo entre Gobierno y oposición. Hay algunos síntomas más que apuntalan estas expectativas: el cambio de actitud del PP con la epidemia de gripe y con la crisis del secuestro del atunero vasco. ¿Será que por fin Rajoy, desprendido de la tutela vigilante de Aznar, se ha decidido a ocupar el centro político?

* Periodista